miércoles, 28 de octubre de 2009

Reflexión

Soy de los que aún reciben cartas… y las mandan.
El papel manuscrito aporta a la comunicación un calor que los ordenadores desconocen.
Dice la carta y dice también la letra con que se escribe…
A veces temblorosa, otras firme, la caligrafía refleja el corazón de quien sostiene la pluma.
Hoy he recibido un regalo en forma de misiva, de alguien muy cercano y muy querido.
Dice lo que siente y lo hace en pocas líneas… y dice verdad.
Y voy a compartirlo con ustedes, porque creo que merece ser leído.
Dice la carta entre otras cosas:

"Me tengo por una persona sensible, que no frágil, y cada día más dada a la reflexión, siempre que el discurrir cotidiano de la vida me lo permite. Dentro de mi jornada laboral, el teléfono ocupa gran parte de mi tiempo, últimamente más… y no precisamente porque tenga más trabajo, o resuelva los asuntos con mayor lentitud, sencillamente las llamadas son más largas. Muchas veces el asunto que nos ocupa es breve, pero detrás viene el desahogo de la persona que, aprovechando la distancia emocional de la línea telefónica aprovecha esos momentos para resumir su drama particular. Nada puedo hacer, sino prestar mis oídos a personas que están desesperanzadas, que después de mucho luchar ven que están solos frente a esta maldita crisis que se lleva por delante su pasado, su presente y su futuro. Su situación suele ser desesperada, porque no depende de su fuerza o ganas de trabajar, de su interés, de su capacidad, sencillamente el hundimiento de otros profesionales les lleva irremediablemente a la ruina, a ellos, a sus familias, a sus trabajadores….Se sienten arrastrados por esa corriente contra la que no pueden luchar. Y eso se nota en sus voces, los conflictos familiares que adivinas latentes, porque cualquier imprevisto se convierte en un drama.
Me contaba un psiquiatra que se llenan las consultas, no de enfermos, sino de desesperados. Hombres y mujeres fuertes que se ven impotentes y que son incapaces de reconocerse ante el espejo de sus vidas actuales. Yo presto durante unos minutos mis oídos con la esperanza de que el desahogo les haga más llevadero el día, pero poco más puedo hacer… y al cabo del día cargo con un fardo de penas que cada noche se hace más difícil de aligerar. ¡Hoy no veo las noticias, no puedo más..!
Y sé que mañana será igual. Que por una alegría que me llegue de fuera, me llegan muchas más desgracias…Amigos, clientes, familiares, que sufren y yo poniendo orejas, como un mal parche y asintiendo dolorosamente… a veces, hasta consigo que sonrían, y en ese momento me invade una sensación de felicidad, que es tan absurda.., tan inútil.
Recuerdo que hace años, en momentos difíciles que todos hemos pasado en la vida, envidiaba sanamente a los sacerdotes, porque no tenían que luchar cotidianamente con las responsabilidades que conlleva una familia: los hijos, los ingresos, los gastos, las tensiones… Hoy debo reconocer lo injusta que fui, su saco de penas es mucho mayor que el que cualquiera de nosotros pueda cargar. Cerca del sufrimiento, acompañando a los más necesitados, conviviendo con los dramas familiares de tantos de sus feligreses y orando sin prioridades, para ellos todos son importantes. Y no depende sólo de la crisis, su quehacer es independiente de la economía, la tristeza y el dolor no tienen fecha fija, ni ciclos, es una constante en su vida. Por eso, hoy una de mis prioridades es rezar por ellos, para que Dios les dé la fuerza que ellos reparten a manos llenas todos los días."

Amen.

PD. ¡Gracias Maíta!