sábado, 26 de febrero de 2011

Del pueblo y para el pueblo...


Adquirir conocimiento sobre las cosas permite al ser humano realizar una tarea difícil pero necesaria: acometer la solución a los problemas al margen de los prejuicios personales.
En el entorno técnico en el que trabajo suelo escuchar la frase “lo que no puede ser, no puede ser, y además, es imposible”, haciendo referencia a las soluciones que se apartan de lo que la razón, avalada por la experiencia y el estudio, nos aconseja.
Cuando un ser humano empieza a cultivar su intelecto (tarea pasada de moda donde las haya) encuentra personas en su camino a las que admirar por la solidez de sus conocimientos, la originalidad de su pensamiento o la sensatez de sus tesis… al compararse con los demás seres humanos – siempre que se seleccione bien el modelo – uno se da cuenta de lo ignorante que es y de lo poco preparado que está para afrontar en solitario su propia existencia.
De todo ello suele surgir la creencia sincera de que los problemas tiene que resolverlos el que esté mas capacitado para materializar la solución.
De esta forma el mérito sustituye al prejuicio, y así, haciendo de corazón tripas (y no al revés), uno es capaz de reconocer virtudes en sus enemigos.
La sociedad en la que vivimos se caracteriza por la ausencia del mérito.
Los modelos sociales en España son señores capaces de cantar con cierta armonía, darle patadas a un balón con demostrada habilidad, o – y esto es lo mas sorprendente – salir en la televisión haciendo gala de su zafiedad, mal gusto, ausencia de intelecto y (por ende) mala leche… cualquiera que tenga un doctorado en Filosofía, Historia o Literatura sale automáticamente repelido del conjunto de seres cualificados para servir de modelo a la sociedad.
Los profesores se convierten en recicladores de basura porque ni los alumnos, ni los padres de los alumnos, están por la labor de que la materia prima roce levente la piedra filosofal.
Y no les culpo, porque a la vista está que ser persona, en la enormidad de la palabra, no es labor retribuida en nuestra decadente Europa.
Se accede al poder sin estudios y – casi siempre – sin escrúpulos. Una pléyade de semovientes incapacitados para entender la sociedad que les rodea adoptan decisiones erróneas (desde el punto de vista técnico), perversas (desde el punto de vista moral) y absurdas (a la luz del sentido común).
Y todo ello porque tomar decisiones asentadas en los prejuicios es muy fácil… lo difícil es tomarlas sobre la base la razón.
Cualquier invertebrado tiene hoy acceso a la decisión porque el mérito ya no es moneda de cambio…
Y así nos luce el pelo.
Y cuanto más contemplo la “democracia”, más me reafirmo en la creencia de que ésta es sólo posible en pueblos donde la progresión social se modula sobre él mérito… decir que lo que tenemos en España es una democracia es un chiste de mal gusto.
Del pueblo y para el pueblo…
¿En serio creen ustedes que estos patanes hacen las leyes para “el pueblo”?

viernes, 18 de febrero de 2011

El rancio paradigma

 
Soy, lo sé, un ente extraño.
Nací – ustedes me perdonen – en el seno de una familia que llegó a ser numerosa. De hecho soy el tercero de mis hermanos.
Me avergüenza confesarlo, pero tengo padre y madre, es decir, progenitores de diferente sexo… y para colmo de males, éstos han vivido juntos desde que tengo recuerdos.
Pasé mi infancia sobreviviendo a duras penas en un ambiente que hoy en día podríamos denominar rancio, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.
Mi padre trabajaba como un auténtico animal de carga para traer a casa un sueldo que rara vez llegaba a fin de mes, y mi madre – oprimida por un modelo social injusto – hacía juegos malabares para darnos de comer, vestirnos y educarnos.
Como la vida es como viene, cuando han pintado bastos he tenido que recurrir a ellos… y me han ayudado económicamente. De la ayuda moral, el apoyo, los esfuerzos por incrementar mis niveles de autoestima y el amor incondicional a mis hijos, ni hablemos.
Mis hermanos – por otra parte - están siempre ahí.
Somos una pequeña ONG - bastante bien avenida dicho sea de paso – que se rige por un paradigma rancio, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.
Hace ya una cantidad sorprendente de años, conocí en Sevilla a una muchacha con la que comparto existencia y descendencia (ateniéndonos estrictamente a ese modelo rancio antes mencionado).
Y lo mas espantoso de todo es que creo (aquejado quizá por algún síndrome de nombre extranjero) que haber vivido en tan espantosas circunstancias, ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Se que cuando me falte lo demás, esta cosa rancia, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal, acogerá los pedazos de mi absurda existencia con incomprensible solidaridad y altruismo.
A esta cosa rancia, tradicionalmente se le ha denominado “familia”… y es algo tan grande, tan nuclear, y de una trascendencia tan elevada, que a esta partida de anormales que nos gobiernan les molesta en extremo.
Soy, lo sé, un ente extraño.
Casi tan extraño como usted.
Y doy gracias a Dios todos los días por haberme permitido sufrir una existencia rancia, de ultraderecha y encasillable dentro del modelo de la Conferencia Episcopal.