jueves, 16 de enero de 2014

Cruzando el páramo


Las virtudes son patrimonio del hombre
Esto es – a todas luces – una solemne perogrullada, pero los que vivimos en el cieno de una sociedad cuadrúpeda, nos vemos con frecuencia obligados a defender la evidencia.
Como patrimonio que son del hombre, su presencia en la sociedad es un bien deseable.
Las virtudes que hacen grandes a los pueblos, hacen grandes a sus gremios, a su clase política, a su ejército… 
La lectura inversa de esta afirmación nos lleva a considerar que las virtudes que hacen grandes a los ejércitos, como dijo Montanelli, hacen grandes también a los pueblos.
Lo enmarcaba Montanelli en la Roma de los civites, esos ciudadanos que tenían a gala servir en las Legiones, pero no puedo estar mas de acuerdo con esta afirmación de lo que estoy ahora.
¿De qué virtudes me está usted hablando? (dirá el paciente lector), pues muy sencillo, del honor, la integridad moral, el sacrificio, la disciplina, el amor a la Patria, la capacidad de sufrimiento, el propósito de entregar – llegado el caso - la vida por el pueblo al que sirves… no son virtudes militares, son virtudes humanas, sociales, universales… pero en las Fuerzas Armadas de todos los países del mundo, se les rinde culto.
Como forman parte del ser humano, las virtudes son atemporales.
Cambian los tiempos y las costumbres, pero la integridad de un hombre, la honestidad y honorabilidad, el amor a la verdad, la disposición al sacrificio personal en aras de bien común, el deseo de justicia, y tantas otras virtudes, sobreviven al paso de las generaciones.
Los hombres de bien las transmiten a sus hijos con la esperanza de que éstos pasen por la vida respetando a los demás, pero sobre todo, respetándose a si mismos.
Encender la radio, ver la tele, leer el periódico, ser – en definitiva – consciente del estercolero que hemos construido, es un acto que me produce un inmenso dolor.
Somos una sociedad sin valores, una sociedad abandonada a la desidia… carne de conquista por cualquiera que esté dispuesto a patear nuestos cadáveres.
El empeño en deshacerse de cualquier simbología que represente estos valores, de desposeer a nuestros ejércitos de estas virtudes, de obtener un cuerpo de oficiales que contemple esta religión de hombres honrados como un pasto sobre el que medrar, pone de manifiesto hasta que punto estamos dispuestos a avergonzarnos de nuestra propia humanidad.
Somos nuestro propio enemigo, un rebaño silente dispuesto a creer que esta catástrofe es el mejor de los sistemas políticos posibles.
Nuestra clase política es la que merecemos… se nutre de la sociedad a la que dice representar… y – en mi opinión - la representa perfectamente.
Somos una sociedad en la que Marina Geli puede ser diputado.
Somos una sociedad en la que el derecho del débil es pisoteado por el capricho del fuerte. Donde el mas indefenso (el nasciturus) está sufriendo un genocidio silencioso en base a no-se-que-derecho de la madre a asesinarlo… donde las minorías estrambóticas imponen sus mezquinas ideas al rebaño.
¿No resulta desolador?
La renovación política en España es imposible, porque antes tendríamos que renovarnos como sociedad.
Es nuestra la culpa, solo nuestra… nadie se engañe.
Y temo que un día, que espero lejano, purgaremos nuestra culpa al estilo español: sangre, arena y una tierra devastada sobre la que alzar una sociedad digna de ese nombre.