viernes, 30 de octubre de 2009

No, si yo lo entiendo...

La búsqueda de la felicidad, derecho inevitable del ser humano, es una actividad que lleva las alforjas repletas de frustración.
Eso es así porque – en mi opinión – lo mismo que tiene de inevitable, tiene de inalcanzable.
Algunos afortunados sabemos que la felicidad – que es un estado del alma – no la vamos a alcanzar hasta liberarnos de del pesado fardo de nuestra humanidad... dicho de otro modo, que o ganamos el cielo o no hay nada que hacer.
Diversos son los caminos que parten de la impotencia que genéra nuestra incapacidad de ser felices.
En algunas religiones se persigue que nada te afecte, que el triunfo y la derrota ejerzan sobre tí el mismo efecto: ninguno. No se alcanza así la felicidad, salvo que entendamos ésta como ausencia de frustración.
Los hay que buscan la felicidad donde no está (la mayoría de nosotros) y eso, crónica de una muerte anunciada, genéra a la larga un enorme resentimiento.
Adquiere el ser humano con el paso del tiempo, a fuerza de vislumbrar la felicidad unos segundos para ver como se desvanece despues en un pozo de insatisfacción, una pátina de cinismo amargo que se contagia mas deprisa que las imaginarias pandemias de los telediarios.
Y es precisamente la conjunción de esos dos elementos, cinismo y frustracion, lo que termina siendo el combustible necesario para configurar una mente de izquierdas.
Para ser de izquierdas – como Dios manda – hay que poseer un enorme resentimiento hacia los demás. Tal es la cosa que lo llaman “lucha de clases”, que es algo que consiste basicamente en que por el mero hecho de encontrarte encasillado en una determinada “clase”, sin tener en cuenta ninguna otra cualidad, eres depositario unas veces, transmisor otras, del odio ajeno.
La “lucha de clases” toma muchos nombres... a veces la “clase” son los “capitalistas” o los “burgueses”, otras adquiere tintes raciales o xenófobos y la “clase” son los judíos o los arménios... no pocas veces la clase son “los infieles” o – tal es nuestro caso – los católicos.
Frustración canalizada, resentimiento en marcha.
La hipótesis es clara: “si yo soy desgraciado, alguien tiene que tener la culpa... y desde luego no soy yo que hago lo que puedo por no serlo”... ahora sólo queda identificar al culpable de mi desgracia.
Una vez identificamos al responsable de todos nuestros males (extramuros, por supuesto) se produce en nosotros la necesidad de fastidiarle, por aquello de que comparta con nosotros nuestra infelicidad, pues es bien conocida la satisfacción que produce contemplar la desgracia ajena... de alguna manera, ver el mal que sufren los demás nos amortigua, por comparación, la desesperanza propia.
Toda la artillería mediatica de la izquierda tiende a explotar el resentimiento, a señalar culpables, a exculpar al hombre de su condición de patán incapaz de hacer algo positivo con su vida, canalizando su odio hacio los demás.
Así, que un adolescente decapite a su padre con una katana, es fruto de condiciones ambientales... y si me aprietan, de la represión que Franco y la Iglesia Católica ejercieron sobre los abuelos del samurai accidental... los argumentos son de risa. Todo menos reconocer que nuestra condición de seres profunda y radicalmente imperfectos, es lo que genera nuestra infelicidad.
Ayer mantuve una discusión (no aprendo) con uno de esos individuos que, no sólo leen “El País”, sino que ademas se lo aprenden... porque para muchos españoles la lealtad a los preceptos expuestos en determinada prensa, proporciona la ilusión de poseer criterio.
Comprendo que es una postura cómoda, en vez de pensar repites lo que lees y listo... hasta parece que piensas.
Pero lo que mas me llamó la atención es comprobar hasta que punto son estos individuos incapaces de reconocer virtudes en los que no son como ellos... su cinismo deforma la realidad hasta hacerla irreconocible. Inmersos en su pozo de cieno, sólo aspiran a que los demas entren a hacerles compañía.
Eso explica que considéren que el hecho de que yo permita que se comenten mis artículos les confiere el derecho de insultarme, de afear mi forma de ver las cosas, de que ponga por escrito lo que opino.
El problema nunca está en el comentario... si se hace con la corrección debida cualquier comentario es admisible.
Nunca me opondré a una réplica documentada, lo que no soporto es el insulto gratuíto.
De hecho, cuando leo, y leo mucho, cosas que considéro sandeces, el último de mis impulsos es poner un comentario cinico o insultante al autor del panfleto... si no estoy de acuerdo o considéro que hay un error en lo citado, aporto algun argumento, sino, me voy a otro lado.
Acepto el derecho de los demás a expresarse, aunque no respete sus opiniones.
Al final, el que está dispuesto a pasar por un confesionario, demuestra mas capacidad de autocrítica que la que pregonan estos pollos como propia y obligatoria.
Canalizan su odio y su frustación contra nosotros porque estamos aqui... y eso les reconforta.
Ha sido así siempre.
Si crucificáron a Cristo, ¿qué esperan ustedes que hagan con nosotros?