sábado, 10 de octubre de 2009

¿Quis custodiet ipsos custodes?

LA CARRERA de Baltasar Garzón está plagada de irregularidades, arbitrariedades y abusos en la interpretación de la Justicia, pero el superjuez esta vez ha sobrepasado un límite que nadie se había atrevido a cruzar: el de la violación del secreto profesional entre abogado y cliente, uno de los pilares del sistema procesal.
El Consejo General de la Abogacía hizo ayer público un comunicado en el que denuncia que Garzón autorizó ilegalmente la grabación de las conversaciones en prisión entre los imputados Francisco Correa y Pablo Crespo y sus abogados, a los que el juez había acusado de formar parte de la trama.
El Consejo subraya que «se trata de un gravísimo atentado contra el Estado de Derecho», recordando que «la ley reserva de forma claramente restrictiva las escuchas a casos de terrorismo». En efecto, el artículo 51 de la Ley Orgánica General Penitenciaria establece que las comunicaciones entre presos y abogados sólo podrán ser intervenidas «por orden judicial y en supuestos de terrorismo».
Garzón vulneró la legalidad en un auto fechado el 19 de febrero de 2009 en el que ordena la escucha y grabación de las conversaciones de Correa y Crespo con sus abogados en prisión. En el mismo auto, el juez de la Audiencia Nacional señala que están acusados de delitos de blanqueo de capitales, falsedad, cohecho, asociación ilícita y tráfico de influencias. Pero ninguno de los cuatro, como es evidente, está imputado por un delito de terrorismo, lo que convierte esas escuchas en absolutamente ilegales.” [El Mundo, 10/10/2009]


Roy Bean, la ley al oeste del rio Pecos, era conocido como “el juez de la horca”.
Regentaba un saloon llamado "Jersey Langtry", donde vivía, servía licores e impartía justicia.
Se cuentan de él muchísimas historias, pues su forma de entender la aplicación de las leyes era, cuando menos, curiosa... sus conocimientos del Derecho eran mas bien escasos, por no decir inexistentes, y afirmaba que el "habeas corpus" era una forma de paganismo.
Tenía un revolver un viejo libro de leyes y un oso que le hacía de mascota y que - según dicen - era bastante manso y un declarado entusiasta de la cerveza.
Para ilustrar su curiosa forma de administrar justicia baste la anécdota de que en cierta ocasión encontró el cadáver de un hombre con 40 dólares en un bolsillo y un pequeño revolver en el otro... y le impuso al finado una multa de 40 dólares por llevar un arma oculta.
Suya es la famosa frase de “Le hacemos un juicio justo y luego lo ahorcamos” o aquella otra de “Y que Dios se apiade de vuestra alma” con la que terminaba las ceremonias de boda.
Roy Bean pasó a la historia por derecho propio y porque vivió en un lugar y en una época donde la ley ni existía ni se la esperaba.
Lo de Garzón es otra cosa.
Cuando uno en el ejercicio de su profesión obra mal a sabiendas, beneficiando o perjudicando a alguien con sus obras, se dice que está prevaricando.
Baltasar obra mal a sabiendas, porque no puede alegar ignorancia de las leyes que vulnera... y lo hace beneficiando al gobierno del PSOE sistemáticamente.
Son jueces comprometidos con el cieno, al servicio de la causa, ajenos a la “neutralidad debida”... viviendo en una España que les permite cometer cualquier desmán sin que nadie les pare los pies.
¿Quis custodiet ipsos custodes? (¿Quién vigila al vigilante?)
Al menos lo de Roy Bean era gracioso.