viernes, 25 de septiembre de 2009

Una foto, un millón de palabras

Lo que voy a relatar es cierto… y no sólo es cierto sino que es verosímil, y describe al protagonista de la anécdota muy por encima de lo que podría hacer un tratado de Marañón. La oí este verano de boca de un buen amigo y me hice el firme propósito de divulgarla en cuanto tuviese ocasión.
Me hablaba este amigo de un vecino de su pueblo que, sorprendido por una repentina riqueza, adquirió una finca de esas que tienen un nombre rotundo, rancio, de pronunciación sonora y significado perdido… uno de esos nombres que te transporta al Siglo de Oro sin que nada pueda evitarlo.
La finca no era grande, pero alardeaba de toponimia como ninguna.
El caso es que al mentado nuevo rico no se le ocurrió otra cosa que cambiar la denominación de la finca… y le puso "La Ponderosa" (¿Recuerdan la serie de televisión "Bonanza"?), perdiendo el terruño para siempre su ancestral y romántico nombre.
Un hecho de estas características define con precisión de bisturí la línea que separa la educación del dinero.
Tal es el caso también de cierta foto que se ha hecho nuestro presidente en el Metropolitan de Nueva York con su mujer, sus hijas y el matrimonio Obama.
La foto, que fue distribuida por el Departamento de Estado de los EEUU, se retiró posteriormente a petición del gobierno español, por expreso deseo de nuestro presidente (Se alegó como escusa que al ser menores de edad, sus padres deseaban proteger la imagen de las niñas).
La mentada foto llegó a la agencia EFE y a pesar de las presiones de Moncloa para que no se publicase, el ABC – pixelando el rostro de las niñas – la expone hoy en su portada.
Un observador ajeno a los antecedentes del daguerrotipo, pensaría que la foto se ha hecho en Halloween, en una fiesta de disfraces que daban los Obama…
La falta de corrección en el vestir de la familia de Zetapé (que se encuentra en estos momentos representando a los españoles en América) es abochornante.
Pero que le vamos a hacer… donde no hay no se puede sacar.
Siendo yo pequeño, cada vez que decidíamos hacer un alarde de originalidad con la ropa, topábamos con el infranqueable muro de mi madre que nos obligaba a "vestirnos de persona", por aquello de que había que "saber estar".
Ahora que soy padre lo repito a mis hijos.
Hay que saber estar.
Si no puede impedir que su familia nos avergüence, no la saque de casa, señor presidente.

Aquí tienen la foto...