martes, 20 de abril de 2010

Dimisiones


Lo de las dimisiones de los políticos es una cosa incomprensible.
Parece razonable que cuando a alguien que desempeña un trabajo a cargo del erario público lo pillan en falta, lo menos que puede hacer es dimitir.
Si además ha robado, debería devolver lo sustraído (algo que tiene poca tradición democrática en España), antes de irse con las orejas gachas (y el rubor subido) a su casa.
Si el interfecto ni ha robado ni ha cometido la falta, lo que tiene que hacer es no dimitir y defender su honor en todos los frentes, tribunales incluidos.
Pero aquí, en cleptolándia, se asume que no hay político con las manos limpias, ya sea en el poder o en la oposición... y a partir de ahí todo es una cuestión de matices.
Sucede que el votante de derechas, los del “living right”, son poco condescendientes con el chorizamen, cosa que no pasa con la izquierda progre, que defienden a sus chorizos – básicamente – porque son suyos y porque no creen en Dios, en pecados ni en infiernos.
Gracias a eso, vemos en todos los telediarios a personajes mas o menos histriónicos de la mismísima PSOE echar en cara a los Bárcenas de turno lo muy “corrutos” que son. (Cuando todo el que tenga seis neuronas sabe las calderadas que se cuecen en las cocinas de Ferraz).
Y lo hacen sin vergüenza, sin rubor y sin prudencia, porque saben que sus hooligans (los que les votan) no les van a pasar nunca una factura.
Pero esa no es la divagación que toca hoy.
Hoy toca aquella del río que lleva agua y por ende, suena.
Porque para lo que se dice tirar la primera piedra, no veo candidatos.
España necesita con urgencia una regeneración política, pero eso, que pedimos a gritos, no podrá hacerse sin una previa regeneración social, pues convendrán conmigo que los políticos españoles, aunque son muy raros, proceden de España.
Y si los mimbres son los que hay, los cestos son los que salen.
En una sociedad "comme il faut", los políticos, al menos, disimulan.
No es nuestro caso.