sábado, 24 de abril de 2010

¿Qué pasa?


Ayer fui testigo de un incidente que terminó con la detención de un joven.
Cuando regresaba de recoger a uno de mis hijos de uno de esos centros de ocio (ya saben, cines, restaurantes, boleras…) de las afueras de Madrid, a eso de las once y media de la noche, me llamó la atención lo que parecía un accidente de tráfico sin importancia.
Dos coches se habían dado un golpe que – a juzgar por el aspecto de los vehículos – debía ser de poco calado.
Sin embargo, de uno de ellos se había bajado un muchacho que andaría en la veintena con un bate de béisbol pequeño (tamaño “junior”, mas cerca de una porra grande que de un bate) y se estaba dedicándose a destrozar los cristales del otro coche donde una muchacha, completamente aterrorizada, intentaba zafarse de la lluvia de cristales.
Paré el coche, como otros conductores y llamamos la atención del vándalo que, como era de esperar, respondió propinando un fuerte golpe en el brazo a uno de los ciudadanos que se dirigió a él para afearle la conducta.
Tomé la matrícula del coche por si se daba a la fuga y, mientras amenazaba con machacar a todo el que tenía alrededor, la chica pudo salir del coche, darse una carrera y refugiarse en el coche de un matrimonio mayor que la sacó de allí.
Llegó la policía y el muchacho seguía en los alrededores del coche (abandonado por la muchacha en medio de la calzada) esperando, tal vez, el regreso de su dueña para abrirle la cabeza de un porrazo.
Fue detenido sin ofrecer resistencia y – parece ser – alegó algo relacionado con no haberse tomado la medicación.
Testifiqué ante la policía y – supongo – un día de estos tendré que hacerlo ante un juez.
Regresé a casa con una sensación molesta en el cuerpo.
El día anterior, con mucha violencia verbal, me había amonestado por la calle una muchacha a la que ni siquiera conocía y que mostraba síntomas evidentes de no encontrarse en sus cabales, o de estar bajo los efectos de alguna cosa.
Unas semanas antes, un vecino de la urbanización donde vivo acabó en el hospital, con doce puntos en la cabeza, por tratar de echar a unos chavales (todos menores de edad) del cumpleaños de su hija, donde se habían colado para montar bronca.
Unos meses antes a un amigo que ya no podía cumplir los setenta, un bastardo de veintitantos lo golpeó – tirándolo al suelo – como respuesta a una llamada de atención por su falta de modales.
¿Qué está pasando?
Yo conduzco desde hace treinta años y jamás he llevado en el coche un bate de béisbol.
Es más, cuando eventualmente he tenido un golpe en un semáforo, se ha resuelto el tema con un “europarte” a la compañía de seguros.
Decía mi suegro que “tranquilidad viene de tranca” y, lo admito, cada vez estoy mas de acuerdo con esta afirmación.
O empezamos a poner orden en nuestra juventud o - no lo duden – nos espera un amargo retiro.
Hay que endurecer la ley aunque no sea “moderno” ni “progresista”. El que meta la pata, que la saque… porque si te portas con la corrección debida muy poco o nada debes temer de la ley.
El ganado esta gordo y se rebota... habrá que usar las espuelas ¿No les parece?