miércoles, 29 de julio de 2009

Experimentos y gaseosa

Creo que el progreso, en general, es un concepto sobrevalorado. Quizá no es que “sobrevalore”, es que se aplica de forma errónea.
El término progreso siempre ha gozado de buena prensa. Así cuando uno manifiesta sus dudas acerca de la bondad de determinada medida, el que la defiende te acusa de lastre para el progreso, de retrógrado, de conservador (término que inexplicablemente, goza de muy mala fama).
Así, bajo el confortable paraguas del progreso se encuentran las bombillas de bajo consumo y, por ejemplo, la ley de interrupción voluntaria de un futuro notario.
La adhesión entusiasta al progreso se da sobre todo entre la gente que disfruta de la felicidad que proporciona la ignorancia. Para esa gran masa que atiende sólo a sus necesidades primarias, sin más horizonte que las vacaciones del año que viene, cualquier cosa que pueda ampararse bajo el concepto de progreso es buena.
En España, además, el progreso es patrimonio exclusivo de la izquierda.
Nuestra muy acomplejada derecha-mas-bien-de-centro trata siempre de evitar que la tilden de conservadora, de sumarse al “progreso” activa o pasivamente, para no ser acusada de obstáculo.
La unión de la irresponsabilidad ignorante de la izquierda y el silencio cómplice y acomplejado de la derecha, producen hoy, en España, situaciones estrambóticas que son asumidas con una “normalidad democrática” digna de análisis.
Esto está relacionado directamente (aunque no se lo crean) con el abandono de las “humanidades” en beneficio de “la técnica”, pues disponer de una masa de semovientes que saben usar un cajero automático pero ignoran que el marxismo ha causado más de un millón de muertos a la humanidad en el pasado siglo, es muy conveniente para los detentadores del “progreso”.
Si por progreso entendemos algo que produce una evolución positiva en la humanidad, cabe echar un vistazo a la historia para ver si determinadas medidas han producido en el pasado esos efectos en el mundo.
Los experimentos sociales del siglo XX (siempre a cargo de marxistas o socialistas de una especie u otra) han producido siempre un déficit de progreso aterrador… y la eliminación sistemática, calculada, planificada y muchas veces legislada, de millones de seres humanos.
Y no lo digo yo, lo dice el censo.
Y no hay que irse demasiado lejos… el fracaso escolar – fruto entre otras cosas de la pedagorrea (conjunción de pedagogía y diarrea) progresista - ¿era hace cuarenta años tan abultado como ahora?, ¿se maltrataba a los maestros en los institutos?
La inversión de la pirámide poblacional, por ejemplo, es – objetivamente hablando – algo negativo para un país. Simplemente alcanzar el “crecimiento cero”, habida cuenta que la esperanza de vida se ha prolongado enormemente, es ya un desastre económico.
Presentar estas cosas signo de progreso es un chiste de mal gusto.
Pero no se para ahí la cosa.
La demolición de la familia como molécula indispensable del tejido social no es progreso, es desmembración.
El relativismo como referencia intelectual no es progreso, es un salto al paleolítico.
La asunción por parte del Estado de las responsabilidades que corresponden a los ciudadanos no es progreso, es totalitarismo.
Hacer que la sociedad trague con esto sólo es posible cuando la ciudadanía se sabe las alineaciones de su equipo de futbol en los últimos diez años, pero ignora quien era Marcelino Menéndez Pelayo.
Y en esas estamos.
Tuve un profesor que siempre decía aquello de que “los experimentos se hacen con gaseosa”.
En el campo del respeto al ser humano, una vez aceptado el aborto, la eugenesia y la eutanasia, la siguiente medida progresista será… ¿Los sacrificios humanos?
Y cuando el número de parásitos subvencionado por el “estado del bienestar” supere al de productores de bienes ¿progresaremos hacia una sociedad que acepte la esclavitud?... por el bien común, claro está.
Yo no es que sea conservador, es que las ruedas de molino se me atragantan.