sábado, 4 de julio de 2009

¿Dónde está mi bombilla?

Muchas veces digo que esta cosa en la que subsistimos no es una democracia. Dicho así puede sonar a negación de la realidad, pero – créanme – “esto” no es una democracia.
Formalmente, de cara a la galería, estamos inmersos en una democracia occidental propia del “mundo libre”. En España hay Elecciones Generales cada cuatro años, derecho de asociación, un cuerpo legislativo más o menos moderno… formalmente vivimos una democracia, pero sólo es de modo formal, en el fondo “esto” no responde a los principios que convierten un sistema político en una democracia de facto.
Ser una tribu en la que se elije al jefe no nos convierte en una democracia. Los visigodos ya lo hacían así… y espero que nadie defienda que lo de Teodorico era una democracia.
El modelo de elegir al jefe para luego prestarle obediencia ciega, permitiéndole tomar las decisiones que afectan al colectivo a su antojo, que es una aproximación grosera a lo que tenemos en España, no responde al paradigma democrático.
En una democracia el ciudadano nombra representantes para que administren la “cosa pública”… el representante político es un asalariado del pueblo, no su jefe.
Si usted tiene una pequeña empresa y descubre que uno de sus empleados le está robando, lo mejor que puede hacer con él es despedirlo. Si la cuantía del robo es grande, además de mandarlo a la calle, lo pondrá en manos de los tribunales de justicia… Estos asalariados nuestros que hemos puesto a administrar los bienes comunes de nuestra Nación son, con una frecuencia aterradora, pillados en situaciones de dudosa legalidad, cuando no en delitos flagrantes… y no tienen ni tan siquiera la vergüenza necesaria para dimitir. Y como los tribunales de apelación, cuyos miembros son nombrados por los partidos políticos, son – como es lógico – muy laxos a la hora de juzgar a quienes les proporcionan la poltrona... la separación de poderes – tan necesaria para poder hablar de democracia – en España, simplemente, no existe.
La representatividad política en España (por esa Constitución que aprobamos todos pero que escribieron ellos) se deposita en los partidos políticos. De tal manera que si no te ves representado por ellos, no tienes a quien votar. Esto es como las rebajas de Enero, vas a comprar lo que te ofrecen y –si hay suerte – encuentras lo que necesitas, aunque por lo general te acabas llevando una ganga que termina criando polillas en un armario.
Los políticos, en este país de analfabetos, centran sus campañas electorales en azuzar el odio contra el oponente. El ciudadano español que va a votar (mas o menos la mitad de los capacitados para ello) llega a las urnas sin tener ni pajolera idea del programa electoral del partido al que vota… como mucho, tres o cuatro “ideas fuerza” que los directores de campaña procuran hacer llegar a la masa.
En las campañas electorales se prometen cosas increíbles e irrealizables… y lo peor de todo es que la ciudadanía asume que las promesas electorales son sólo eso, que luego no tienen porque cumplirlas.
Una vez acceden al poder, como ya han pasado cuatro años desde la última vez, se suben el sueldo (esto es lo único que sucede siempre tras unas elecciones) y lo demás si pueden lo cumplen y si no lo ignoran… al fin y al cabo, cuando estaban en campaña ya sabían que una buena parte de lo prometido era sólo para “captar voto”.
De cuando en cuando surge un “debate social” que implica a toda la sociedad.
Los debates sociales son fáciles de reconocer porque cuando hay uno se cabrea España entera… se produce eso que llaman “fracción social”.
En estos casos lo sensato, lo democrático, sería celebrar un referendum y que el ciudadano – elemento del que emana el poder en una democracia – tomase la decisión que le parezca conveniente… y los políticos lo acatasen y legislasen en consecuencia.
Pero, escudándose en que los referéndums son caros, algo que no sucede por ejemplo con la famosa cúpula de Barceló, los políticos solo autorizan referéndums para la reelección de representantes.
En los EEUU se suelen aprovechar los comicios de las demarcaciones para consultar al pueblo sobre temas tales como el matrimonio homosexual o la pena de muerte… cosas que afectan a la sociedad en su conjunto. Aquí en España eso no sucede. Los políticos, alegando un respaldo ciudadano que echando cuentas es falso (pues el respaldo real lo proporciona el porcentaje de los que no se abstienen), pactan y mercadean con el contenido las leyes… para conseguir apoyos en ciertas chapucillas, acuerdan poner determinados artículos en otras chapucillas.
Y al ciudadano que le den por la retambufa que para eso está dotado de ese adminículo.
Como modelo de democracia, esto deja mucho que desear.
Por cierto, señor Sebastian, ¿Dónde está mi bombilla?