lunes, 2 de noviembre de 2009

Alianza de fortificaciones

No creo que todas las civilizaciones sean iguales.
Y – desde luego – no creo que las demás puedan equipararse a la mia.
Dicho así puede sonar raro, políticamente incorrecto, nacionalista utópico o el adjetivo que quieran usteders darle, pero por raro que suene es verdad.
Mi civilización, que surge del dolo de crucificar a un inocente, ha permitido que la ciencia se desarrolle, que se escriba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que la mujer pase de ser un objeto al servicio del hombre (sin derecho a medicinas) a ser un igual en derechos y obligaciones...
Todos los valores reconocidos universalmente como buenos, parten de mi civilización.
Otra cosa es lo mal que los hemos difundido.
Porque para difundir nuestros valores, lo que se dice difundirlos, sólo hemos contado con un puñado de misioneros... en todo lo demás primaba el maldito beneficio económico (justificante inmediato de cualquier atrocidad).
Se comprende así que Occidente haya ido perdiendo credibilidad entre las “otras” civilizaciones, porque no se puede predicar una cosa y hacer otra, sin dejar el crédito en el camino.
Fíjense si ha perdido credibilidad, que la ha perdido hasta en nuestro propio entorno.
Yo mismo, con frecuencia, no me reconozco en esta ciénaga de hedonismo cutre en la que vivo.
Pero a pesar de todo soy consciente de que si perteneciese a otra civilización, viviría peor.
El rápido desarrollo que los ex-paises del bloque rojo han tenido, se debe principalmente a que han intentado imitar nuestra forma de hacer las cosas... cierto és que sólo se han ceñido a lo podemos denominar “procesos económicos”, pero han elegido los mios, no los de otros.
Debo concluir, pues, que mi civilización es buena porque – entre otras cosas - respeta mi libertad. Debo concluir, asimismo, que merece la pena que la defendamos y divulguemos.
Y hasta aquí hemos llegado con la civilización, porque la parte amarga de todo esto es que, al abandonar los valores que la hicieron grande, nos vemos obligados a contemplar su decadencia.
Y si no creemos en nuestros valores, lo único que puede suceder es que nos impongan otros... y, no lo duden, serán peores que los nuestros.
La sentencia está dictada, Roma se desmorona ante el envite de los bárbaros...
¿Seremos capaces de evitar nuestra ejecución?