lunes, 8 de febrero de 2010

El contacto

Se acercó sigiloso, como distraído, y dejó caer un paquete de cigarrillos al suelo, junto a mi silla.
Al agacharse a recogerlo pronuncio en voz baja pero clara la contraseña: “Los tomates en Hamburgo se han congelado”.
Pasando una hoja del periódico que estaba leyendo contesté en voz baja: “Mi tío Antón se ha ido a Siberia”.
Antes de levantarse con el paquete de tabaco en la mano depositó un pequeño cilindro metálico, con tapa de rosca, del tamaño de un mechero, junto a mi zapato derecho.
Sin cruzar una mirada desapareció de mi vista… tan sigilosamente como había entrado.
Miré a mí alrededor.
Nadie en el café parecía haberse percatado de la maniobra.
Dejé caer mi servilleta sobre el cilindro y al agacharme a recogerla hice lo propio con el objeto metálico que fue a parar – en una rápida maniobra - al bolsillo izquierdo de mi chaleco.
Esperé unos minutos haciendo como que leía el periódico y pedí la cuenta.
Un par de minutos después estaba recorriendo nervioso el bulevar camino de mi hotel.
Procuraba andar despacio y me paraba de cuando en cuando frente a algún escaparate para verificar que no me seguía nadie… se supone que era un turista ocioso y debía comportarme como tal, era imprescindible llegar a destino sin levantar sospechas.
En diez interminables minutos alcancé la puerta del hotel.
Subí a mi habitación y tras correr las cortinas de la ventana que daba a la popular calle zaragozana, me quité la chaqueta.
Coloqué una silla apoyada en la puerta de la habitación, contra la manilla, bloqueándola para evitar inoportunas apariciones de eventuales camareros o sirvientas.
Me dirigí a la cama y me senté en ella mirando hacia la puerta.
Saqué la pistola de su funda y la puse a mi lado…
Tenía que tranquilizarme… respiré profundamente unas cuantas veces y cuando los latidos de mi desbocado corazón parecieron alcanzar un ritmo razonable eche mano al tubo metálico.
Desenrosqué con cuidado la tapa y volqué el contenido del mismo sobre la cama.
Cuidadosamente enrollado, un papelito del tamaño de una octavilla, escrito a mano, con una caligrafía primorosa y letra pequeña, detallaba en cortas frases el alcance de la conspiración.
Al tiempo que mis ojos recorrían las apretadas líneas mi respiración se ralentizaba… llegué a quedarme sin aliento.
Era verdad.
El G8, el G20, la dirección del Rotary Internacional (distritos 2201, 2202 y 2203), la Hermandad de Belenistas de Mataró y la Academia de las Artes Culinarias Gaditanas (AACG) que, como todo el mundo sabe es una tapadera del clan de “los genoveses”, estaban montando una campaña de desprestigio personal (e intransferible) contra ZetaPé en toda Europa y los EEUU.
Los detalles del diabólico plan estaban minuciosamente detallados y constituían una demoledora hoja de ruta para alcanzar el objetivo propuesto: que Mariano alcanzase la Presidencia del Gobierno.
Dejé el papel sobre las blancas sábanas y con mano temblorosa saqué un cigarrillo de mi pitillera de plata. Lo encendí despacio y di un par de caladas… estaba anonadado.
Saberme poseedor de información tan valiosa me helaba la sangre… ¿Cuál sería mi siguiente paso?
Medité unos instantes.
Lentamente cogí la octavilla y, sobre la papelera que había junto a la mesita de la tele, le prendí fuego.
Esperé a que sólo quedasen las cenizas y deshice con mis dedos los restos humeantes.
Me lavé las manos y me eché sobre la cama.
Hay fuerzas poderosas contra las que nadie, absolutamente nadie, puede luchar… y la Hermandad de Belenistas de Mataró, es una de ellas.
Me levanté de un salto, guardé mi vieja walter en su funda, me puse la chaqueta, cogí mi bolsa de mano y salí apresuradamente del hotel.
Con un poco de suerte, y sólo si me daba la suficiente prisa, mañana estaría - vivo aún - en algún lugar de España.