viernes, 7 de agosto de 2009

La izquierda y la ley

Nadie, absolutamente nadie, en un Estado de Derecho, debería estar por encima de la Ley.
Otra cosa es que la ley sea una basura. A veces la postura más razonable ante determinadas leyes es ir a la cárcel y la más digna, al martirio… pero esa es otra historia.
En España, los que debieran ser valedores del Estado de Derecho, son los primeros en minar los cimientos de los pilares sobre los que se sustenta.
La izquierda (término acuñado durante la Revolución Francesa que definía el lugar donde se sentaban en la Asamblea, entre otros, los jacobinos), ha demostrado siempre un desprecio enorme al cumplimiento de la ley.
Son tan reacios al cumplimiento de la misma que incluso cuando legislan ellos luego se hacen trampas.
Eso se debe a varios factores, pero el primero y principal es el convencimiento moral de que cualquier parto de sus diarreicos hemisferios cerebrales merece una atención próxima al culto. Sólo así se explica que una ministra de cuota sea capaz de afirmar en público que un feto de catorce semanas no puede calificarse de ser humano… algo así como afirmar que Mercurio no es un planeta o que la fotosíntesis no existe.
Este convencimiento – que no es más que la manifestación de una soberbia de dimensiones bíblicas – se sustenta sobre el hecho de que la izquierda no sabe lo que es un intelectual, pues carece por completo de ellos.
La izquierda cuenta en sus filas con pintores, actores, músicos… hasta publicistas (y muy buenos), pero intelectuales, muy poquitos, porque para ser un intelectual es condición necesaria (aunque no suficiente) ser honesto ante la realidad, y tratar de contemplarla sin la distorsión de la ideología.
En la izquierda, la honestidad intelectual, es considerada una enfermedad mental.
Prueba de ello es que cada vez que en algún miembro militante se produce este extraño fenómeno que se materializa, normalmente, en discrepancia con el pensamiento único y unificado, es ferozmente atacado por el resto de la jauría, y desacreditado en todos los ámbitos (incluido el personal).
La otra muestra tangible de este hecho es la facilidad que tienen para oponer el insulto al argumento. En esa tarea ciclópea de defender lo indefendible, en cuanto se les acorrala con algún argumento irrefutable, acuden al recurso del descrédito, la amenaza y el insulto… apelando a lo que en esencia podríamos denominar el síndrome del chulo de la barraca, pues ya que no se puede convencer, al menos se puede intimidar.
Basta con acudir a cualquier tertulia televisiva en que aparezca un individuo mas o menos representativo de la post-progresía neo-nazi que disfrutamos… no dejan hablar a nadie (María Antonia Iglesias, por ejemplo, no se calla ni debajo del agua), insultan, mienten deliberadamente, falsean las estadísticas con interpretaciones retorcidas (Enrique Sopena, por ejemplo, merece una cátedra en realidad virtual), derivan las discusiones a temas intrascendentes… todo un espectáculo de “honestidad” intelectual.
Cuando acceden al poder – convencidos de su superioridad moral - hacen un uso mas que dudoso de los mecanismos que el Estado emplea para la defensa de sus ciudadanos. Rubalcaba, nuestro insigne Ministro del Interior, exmiembro del gobierno de Mister-X, si algo tiene a su favor para esta secta que hace como que gobierna, es su capacidad de jugar sucio, razón por la cual, no les quepa duda, está donde está.
Ahora parece que a nuestra oposición de pitiminí le están haciendo escuchas telefónicas… ¿A alguien que no sea nuestra “fashionaria” (Teresita, enjuta donde las haya) le cabe alguna duda?...
Rubalcaba y su equipo de policías leales están en condiciones de ganar el campeonato mundial de elaboración dossieres (deporte que es olímpico en España desde los tiempos de Alfonso Guerra).
Pero a nadie le extrañe… eso es lo que hace la izquierda desde siempre.
Soliyenitsyn, que conoce bien el percal por haberlo sufrido en carne propia, al ser preguntado en una entrevista por nuestra guerra civil contestó entre otras cosas, lo siguiente: “En vuestro país triunfó el concepto de la vida cristiana, y con eso se quiso dar por terminada la guerra, para restañar las heridas. En nuestro país triunfó la ideología comunista, y el final de la guerra civil no significó su final, sino su comienzo. Con el final de la guerra civil se inició la verdad de la guerra del régimen contra su pueblo… el profesor Kurgánov, por la vía indirecta de la estadística, calculó que entre 1917 y 1959, sólo en la guerra interior del régimen soviético contra su pueblo perecieron en nuestro país sesenta y seis millones de personas.
En las democracias occidentales se cortan un poco… pero a Hugo Chavez me remito.
En un Estado de derecho nadie, absolutamente nadie, debería estar por encima de la ley… pero el gobierno de España, se pone la Constitución por montera día sí y día también.
El siglo XX nos ha mostrado – de esta gentuza (Reverte dixit) - muchas cosas… ¡Y lo que nos queda por ver!