miércoles, 16 de junio de 2010

Sangre anónima


Están en desiertos lejanos. Pasan hambre, sed, frio, calor y miedo… mucho miedo. A veces vuelven a casa y tiene que hacerse cargo de ellos un psiquiatra. A veces, no vuelven a casa.
Son, como decía Alfredo de Vigny, “sangre anónima”. Para la sociedad a la que sirven carecen de padre, madre, esposa e hijos… al fin y al cabo, les pagan para eso.
Son jóvenes normales. Les engalanan las virtudes y cargan con los defectos que tiene la juventud de la sociedad en la que crecen… sólo les diferencia una cosa: que aceptan la miserable tasación que se hace de sus vidas.
Se entregan a una vida de sacrificio y obediencia por un sueldo de risa. Van donde les mandan. Hacen lo que deben. Mueren donde toca.
Como recompensa, sobre los sagrados colores de la bandera que los amortaja, los responsables de haberles enviado a la muerte ponen condecoraciones con distintivos amarillos… les privan del color rojo de las cruces porque eso sería reconocer que han muerto en combate. Les hurtan el honor de haber cumplido el juramento que un día empeñaron ante la misma bandera que les cubre.
Son jóvenes normales, pero son los que mantienen en alto el poco prestigio que nos va quedando como Nación… y lo hacen en silencio, sin pedir más reconocimiento que la satisfacción del deber cumplido.
Algunos de ellos apenas tienen estudios, pero tienen mi devoción y mi respeto.
No puedo pagarles más, pero puedo darles el sitio que merecen, el que se han ganado, el que nuestro gobierno y nuestra sociedad le niegan.
Quizá, si todos hacemos eso, vuelvan los civites a servir en las legiones.