domingo, 20 de diciembre de 2009

Toros y hombres

Siendo generoso, a esta democracia que sufrimos en España se le podría tildar de payasada.
Payasada, sobre todo, por los payasos que componen el poder legislativo y ejecutivo… y no me malinterpreten, no estoy profiriendo insultos, estoy describiendo comportamientos.
El de payaso, oficio entrañable donde los haya, adquiere su tinte mas trágico cuando el que lo desempeña no tiene cualidades, no es gracioso, no sabe hacer reír… el que así actúa se convierte en un ser patético que suscita vergüenza ajena como único sentimiento.
Nuestros políticos, elegidos por el pueblo soberano (con una abstención de voto mas que palpable), a falta de preparación para desempeñar sus importantes cargos, se dedican, sin gracia alguna, a hacer charlotadas.
Así, mientras nos acosan graves problemas económicos, morales, de corrupción en todas las esferas, de falta de independencia judicial, de ausencia de peso diplomático, etc, etc, etc… nuestros representantes se dedican a discutir sandeces, a repartir nuestro dinero entre sus amigos y, sobre todo, a prohibirnos cosas.
La última charlotada que hemos presenciado es el intento de prohibir los toros en Cataluña… digo intento porque todavía no se ha perpetrado el liberticidio, que si esperamos unos meses, se perpetrará.
Yo estoy convencido que hay mas aficionados a los toros en Cataluña que detractores del arte de cúchares… pero como estos pertenecen a la mayoría silente y civilizada, no hay nada que hacer.
De todos modos, nuestros payasetes, que tan preocupados están por que no se torture a los toros, no han manifestado emoción alguna a la hora de aprobar una ley que va a permitir la muerte bajo tortura de miles de seres humanos científicamente comprobados.
La inconsistencia moral, humana e intelectual de nuestros políticos les impide entender el mundo que les rodea. Todo lo confunden… son, básicamente, amebas con corbata.
A diferencia del toro, señores diputados, el feto no tiene dos pitones para defenderse... lo cual, convierte a la interrupción voluntaria de un ser humano - además - en una cobardía.
Y si no les gustan los toros, no vayan, pero dejen de tocarnos las narices.