sábado, 20 de junio de 2009

Miopía

Lo peor que tiene la sociedad en la que vivo es, con diferencia, el miedo a la verdad.
En el fondo, todo ser humano sabe, sin que nadie se lo diga, que hay cosas que están mal y cosas que están bien… La satisfacción que provocan las buenas acciones y el molesto vacío que provocan las malas es más que suficiente para que el hombre aprenda a utilizar su libre albedrío.
Luego vienen las excusas de mal pagador, los anestésicos de la conciencia, el relativismo… y los demás "ismos" (consumismo, hedonismo…) que nos permiten sobrevivir al hecho de que en nuestras vidas lo que abunda es la falta de sentido, la falta de coherencia, la insatisfacción personal.
Pero la verdad, expresada en sus fríos términos, es con diferencia lo que más nos aterra.
Por eso, cuando alguien nos pone de frente la verdad, la primera reacción es siempre mirar para otro lado. Sobre todo cuando esa verdad es fea, sucia, mala en si misma.
Y para convivir con la basura que nos rodea, inventamos toda suerte de comportamientos, adjetivos, principios legales… nos aferramos a la forma en su estado puro – a la corrección política – para no tener que mirar a los ojos a la aterradora verdad que se esconde tras los tranquilizantes que nos adormecen.
Hoy, en España, hay algunas cosas que son verdad y nadie quiere ver.
Es verdad que un feto es un ser humano. Y el que mata a un ser humano comete un delito. Bajo una verborrea vacía e inconsistente se trata poner plazos a la existencia… pero la verdad, la cruda realidad, es que un feto es un ser humano, con todo lo que significa el término "ser" y todo lo que implica el término "humano".
Es verdad, no conjetura, que seguimos sin saber que pasó el 11-M… y es verdad también que existe un acuerdo no escrito entre nuestros representes políticos para evitar que esta verdad aflore. A eso lo llaman "mirar al futuro" o "pasar página", pero es miedo a la inaceptable realidad que pudiera esconderse tras el atentado.
Es verdad que la ETA sigue matando, que los españoles seguimos financiando de nuestros bolsillos sus crímenes, que sus representantes políticos ocupan sillones en nuestros parlamentos… es verdad, pero está oculta bajo un complejo entramado de argumentos que terminan con la palabra "democracia" o "constitución".
Tras toda esta bondad hacia los asesinos, sus familias y sus simpatizantes, está la falta de determinación de un pueblo incapaz de defender sus derechos, sus leyes, de aplicar sin complejos las medidas que terminarían con una situación indeseable, anormal, mala en si misma.
Porque la lucha política armada en un país donde se vota cada cuatro años no está justificada, no tiene razón de ser, es sólo el intento de imponer con sangre lo que no se gana en las urnas.
Un energúmeno que prende fuego a un autobús no es un "patriota", es un animal. Y no hay lucha política en colaborar con un asesinato mediante el acopio información, ni en financiarlo, ni en prestar apoyo de cualquier tipo. Y nuestra constitución no debería amparar al que quiere destruirnos, porque eso no es síntoma de salud democrática, es estupidez colectiva.
En España, los únicos Derechos Humanos que se vulneran son los de las víctimas de estos asesinos. Un asesino confeso, que ha actuado con premeditación y alevosía no es acreedor de más derecho que una celda de nueve metros cuadrados y una alimentación suficiente para mantenerlo con vida – a poder ser muchos años - entre esas cuatro paredes.
Los Derechos Humanos son para los que pagan sus impuestos, llevan a sus hijos al colegio, y doblan el lomo a diario para poder pagar el encierro de las bestias que los acosan. Y si a alguno no le gusta esta sociedad tiene dos caminos, convencernos de que estamos equivocados o marcharse a otro sitio.
Pero con la razón, no con la sangre.
Y si no te gusta esto, te aguantas… a mí, por otras razones, tampoco me gusta y no me planteo la posibilidad de verter la sangre de nadie para manifestarme.
Y en cuanto a nuestra infame clase política y a este pueblo miope y cobarde en el que subsisto, sólo desearía que entiendiesen una cosa… que cuando se está al borde del precipicio, la única forma de seguir adelante es dar un paso atrás.