jueves, 25 de julio de 2019

Sensatez

Mi juventud discurrió entre la época del "destape" y la "movida madrileña".
Hasta "el destape", para ver a una señora como su madre la trajo al mundo en un cine, era necesario viajar a Francia, porque en España las películas se censuraban.
El destape consistía en que cuando uno iba al cine podía ver una o dos señoras en pelota picada, independientemente de que el argumento del film tratase sobre un prostíbulo o sobre la caza de elefantes en Tanzania.
El cine español alcanzó "la madurez" obligando a sus actrices a desnudarse ante la cámara, lo que produjo que actuar bien o no, pasase a un inevitable segundo plano.
Nuestras actrices pasaron a ser de señoras de la talla de Amparo Rivelles o Julia Gutierrez Caba a "proezas interpretativas" como Susana Estrada o Bárbara Rey.
La moda de enseñar el trasero por la pantalla pasó bastante deprisa, pero dejó como secuela que nuestros directores de cine sean incapaces de narrar una historia sin incluir en ella una escena explícita (y frecuentemente innecesaria) de cama.
Del desnudo por "exigencias del guión" hemos pasado al desnudo venga o no a cuento, lo cual - en mi opinión - es un paso atrás para los amantes del séptimo arte.
Y no se crean ustedes que soy de los que se escandalizan por ver una escena de cama, es que cuando no viene a cuento o es excesivamente explicita, se me antoja un recurso de mal gusto para atraer público.
En el cine español, además, es obligatorio alentar el guerracivilismo... porque si no sale un cura malo, un militar psicópata (del ejército nacional) y tres o cuatro milicianos beatificables, no cobras, haciendo con ello un flaco favor al ruinoso cine español y a nuestros bolsillos, porque al final la máquina de bodrios se alimenta de nuestros impuestos en vez de vivir de la taquilla, como sucede en la mayoría de los países civilizados.
De la "movida madrileña" salieron algunos grupos musicales buenos y un montón de morralla.
Los componentes de aquellos grupos musicales que sobrevivieron a la cirrosis, la sobredosis o el sida, han malvivido de la música (con honrosas excepciones) porque - a diferencia del cine - la música no está subvencionada por la izquierda.
Cabe pensar que si la música la hubiesen subvencionado igual que el cine, a estas alturas los cantautores que nos machacaban con esas canciones "con mensaje" que eran - básicamente - un petardo indigestible, ahora serían legión.
En el mundo editorial ha pasado algo parecido.
Un conocido mío, aficionado a escribir y que - dicho sea de paso - no lo hacía nada mal, vio como rechazaban su primer libro de cuentos para niños porque los cuentos "tenían moraleja".
De modo que el vehículo tradicional para educar a los niños que durante los últimos veinte siglos ha sido el cuento o la fábula, por razón de "progreso" debe verse ausente de "moraleja" (que es el mensaje que transmite el cuento) para que te lo publiquen.
Mi generación se arrojó en brazos de "la originalidad" aunque eso supusiese renunciar al buen gusto o una transgresión gratuita de los cánones morales por los que deben regirse las sociedades que no aspiran a su autodestrucción.
Se dedicaron a "romper" con el pasado porque - seamos sinceros - para romper vale cualquiera... lo difícil es construir algo que valga la pena.
Y probablemente por ello, por no "conservar" la parte sensata de nuestro pasado, de nuestra cultura, de nuestra herencia, nos vemos ante una sociedad llena de paradojas e incongruencias.
En este camino hacia la nada hemos dejado atrás el sentido común.
La destrucción de la familia como célula madre de esta sociedad, la creencia de que podemos hacer cualquier cosa sin afrontar sus consecuencias, la soberbia de creerse por encima de la naturaleza y de la realidad, nos conduce al abismo... y como decía mi admirado Chesterton "Cuando lo que tienes delante es un precipicio, el único paso adelante que puedes dar es uno hacia atrás."
Recuperar la sensatez y perder la vergüenza a combatir a cínicos, hipócritas y cuentistas con gañote, es lo único que vamos a poder hacer en este mundo de locos.
Eduquen en ello a sus hijos y a sus nietos, es una inversión a largo plazo... y quien sabe si, al final, la salvación de España.