miércoles, 5 de septiembre de 2018

Intérpretes y traductores

Aprendí a hablar español de pequeño y a escribirlo razonablemente bien en mi adolescencia.
Para mejorar en mí esta cualidad, mis profesores eran capaces de suspenderte un examen de química si cometías una falta de ortografía... si el examen era de lengua o geografía, ni les cuento.
Pasé muchos veranos escribiendo frases del tipo : "¡Ahí hay un hombre que dice ay!", y aprendiendo a diferenciar "baya" de "valla" y de "vaya"... y como no había consolas de videojuegos, en las largas y ocasionalmente aburridas tardes de agosto, leía libros.
La capacidad de entender el lenguaje en mi generación era bastante buena... nada comparado con la de nuestros mayores, pero - justo es reconocerlo - nuestro vocabulario era razonablemente extenso.
Nuestros hijos han perdido la capacidad de leer por la vorágine "multimedia" en la que han crecido pero con todo y con eso, creo que - en general - te entienden cuando les hablas.
Por eso, cada día me maravilla más la legión de intérpretes y traductores que, voluntariamente, nos explican lo que dicen nuestros políticos.
Entre los entregados traductores e intérpretes, tenemos a los tertulianos de las televisiones canallas, los portavoces del gobierno y - llevándose la palma - los minusválidos argentinos con responsabilidades políticas.
Esta caterva de charlatanes de feria se distinguen por su afán de explicar, bajando siempre varios grados de exaltación, los discursos de - por ejemplo - los supremacistas catalanes.
A Torra - es un hecho - se le entiende bastante bien cuando habla.
Dice lo que dice, y lo dice sin atenerse a la mínima corrección política y - frecuentemente - sin dar muestras de querer mantenerse dentro de las mas elementales normas de cortesía, educación o moderación verbal.
Dice lo que dice y se le entiende a la perfección, pero no pasa una hora sin que algún tertuliano o portavoz de partido, se esfuerce por explicarnos lo que ha querido decir.
Por lo general la explicación no cuadra con lo que apreciamos al escuchar al nazi de turno, pero dulcifica el discurso para justificar la onerosa traición de los que - pactando con él - se permiten el lujo se sustentarse en un poder que no le han concedido las urnas.
El problema no está nunca del lado de los etarras o los separatistas... ellos saben muy bien lo que quieren y no les avergüenza manifestarlo. El problema está en los "constitucionalistas" que no quieren - bajo ningún concepto - aceptar la la realidad.
¿De que realidad hablo?
Pues muy sencillo, de la evidencia de que en España hay mucha gente que desea fervientemente la destrucción del Estado de Derecho y de la Nación.
La destrucción del Estado de Derecho les permitiría montar esa dictadura marxista, bolibariana, nihilista o lo que ustedes prefieran, en la que ni usted ni yo tenemos cabida. Esa dictadura en la que usted y yo no somos considerados personas... eso que se ha implantado ya con éxito en países como Cuba o Venezuela, antaño prósperos y ahora miserables.
La destrucción de la Nación, hoy por hoy, de la mano de Torras, Puigdemones, Mases y Pujoles, sólo trata de ocultar esa historia de corrupción, abusos, nepotismo y latrocinio generalizado que lleva viviendo mi Cataluña natal desde que decidimos dotar de "autonomía administrativa" a quienes ni lo necesitaban ni lo merecían.
Pero no falta nunca quien a la luz de la interpretación, considerará que el discurso de un racista miserable, consentido por un gobierno traidor, cobarde y holgazán, es una muestra del modelo de tolerancia democrática que nos hemos dado.
Claro que esos son los mismos que están dispuestos a montar una comisión de "la verdad"... como si la verdad pudiera establecerse a mano alzada.