lunes, 11 de octubre de 2010

Una mala digestión



Propongo que en las próximas elecciones el voto no sea secreto.
El método podría ser que el interfecto presentase su dni y – ante notario – expresase en voz alta a quién entregaba su voto.
La segunda parte de esto sería hacer corresponsables de los desmanes del partido ganador a sus votantes.
Así, los robos de los políticos serían devueltos a escote (mediante un sistema parecido a una derrama) por los votantes del interfecto.
Cuando el ciudadano se encontrase con una derrama de ciento cincuenta euros al mes por la chorizada de turno de ese señor al que ha votado (que se niega a restituir lo robado), sucederían al menos dos cosas: que el votante dejaría de votar al mencionado partido, y que el votado sufriría las iras de sus votantes en forma de acampada a las puertas de su casa, manifestaciones públicas pidiendo que lo encarcelen y – de cuando en cuando – alguna pedrada en un cristal (en el mejor de los casos dado el país de cafres en el que vivimos).
Esto tendría algún efecto beneficioso.
El primero de ellos es que la clase política, al no salirle “gratis” cualquier cosa que haga harían menos cosas de esas que nos tienen acostumbrados, el segundo es que el votante antes de ir a votar meditaría su voto, de tal modo que usaría la cabeza y no el hígado… y todo redundaría en una regeneración de ambas clases, la clase política que, antes de meter mano en el erario, se lo pensaría dos veces, y la clase borrega que antes de meter el papelito en la pecera sopesaría la decisión.
El peligro sería que – lo más probable – el índice de abstención superaría el noventa por ciento… por lo que habría que inventar algo para que la gente fuese a votar.
Muchos lectores dirán que estoy perdiendo el juicio.
Lo admito, esta divagación es fruto de una mala digestión que me ha tenido en vela gran parte de la noche, y sé que es irrealizable porque en lugares donde la presión social se acompaña de balas de nueve milímetros, los asesinos ganarían siempre las elecciones.
Pero convendrán conmigo que cuando el ciudadano es un asno y el político un chorizo, la democracia se desvirtúa hasta extremos de hacerla irreconocible.
Si es que se puede llamar democracia a esto que nos hace vivir Zapo.