viernes, 10 de agosto de 2012

Los derechos del pueblo

Hace un par de días, dando una vuelta por el Corte Inglés, en Barcelona, me sorprendió cruzarme con una señorita que llevaba en la mano derecha – mientras hacía sus compras - la rueda delantera de una bicicleta. La rueda tenía – eso si - un sistema de sujeción rápida (de esos de palanca de presión) que permite cambiarla en cosa de segundos...
El tema me llamó la atención por lo evidente del hecho: esta muchacha, me dije, lleva la rueda de su bicicleta a todas partes porque, obviamente, en alguna ocasión se ha visto en la situación de aparcar su bicicleta y encontrársela sin rueda delantera al regresar a por ella.
Otra cosa a observar es que en los lugares donde hacen “aparcamientos para bicicletas” ( lo de la bici es lo último en modernidad urbana), los vehículos allí depositados carecen de sillín.
No concibo, ni como chiste, que alguien sea capaz de conducir una bicicleta durante veinte minutos sin sentarse en el sillín... y el tubo metálico que deja la ausencia de asiento no invita, precisamente, a sentarse sobre él.
Si uno espera un tiempo prudencial, verá que el dueño de la bicicleta, cuando quita el candado que bloquea las ruedas o fija la bicicleta al poste correspondiente, lo que hace después es sacar un sillín de una mochililla y ponerlo en el lugar adecuado. Hecho esto, se monta en el biciclo y se marcha pedaleando como un campeón.
¿Por qué?... pues muy sencillo, porque si deja el sillín puesto al aparcar la bici, a su regreso, no hay sillín.
¿Qué explicación tiene este fenómeno?
Yo se lo cuento.
La explicación a estos comportamientos de los ciclistas se encuentra en el hecho innegable de que España es un país de chorizos.
En la vieja piel de toro, los chorizos se cuentan por legiones, y yo no sé si en otros países sucederá lo mismo, pero en este que me ha tocado en suerte, tenemos un género literario que se denomina “picaresca” y que, básicamente, está dedicado a la exaltación del chorizo o choricillo, del timador de todo a cien, del “listillo” profesional... en España, el “mangui” viene de fábrica.
Hace unos años (en los albores de esta cleptocracia que padecemos) se me ocurrió mantener una discusión acerca de la clase política española, aludiendo en mis argumentos la brillante diferenciación que hace Ortega entre el “político ideal” y el “arquetipo de político”... (por no extenderme, la diferencia entre San Isidoro y Maquiavelo). En un momento dado me quejé de lo laxa que tenían la mano los políticos con el dinero público (era la época de las incomprensibles compras de crudo a Petromex, el escándalo de Mercasevilla, Juanito Guerra “el conseguidor”, los negocietes de Felipe González, los “convolutos” en maletín de cuero, los pelotazos de la Expo... en fin, esos añorados años de gloriosa transición democrática que tantas lágrimas hacen derramar a los idiotas), y la respuesta de mi interlocutor fue algo así como que después de tantos años con la “derecha” robando, no pasaba nada porque le tocase un poquito a la “izquierda”... aquello de “los tuyos más” que tiene siempre en la boca ese chiquitito zafio, maleducado y gritón que puebla nuestra geografía.
Hace un par de días he contemplado abochornado como una partida de homínidos se ha metido en un par de supermercados a robar “para el pueblo”... azuzados por esa momia stalinista que lleva de alcalde de Marinaleda toda su vida laboral.
La retórica casposa y putrefacta de los implicados en tan “loable” hazaña me ha recordado tiempos muy lejanos, cuando yo era un chaval, y el lanzamiento de adoquines contra la policía parisina era, para mal de la humanidad, lo más de lo más... en las tertulias de los señoritos rojos que güisqui en mano (de marca, por supuesto) criticaban lo que hacían sus papás... los suyos, porque el mío trabajaba como un borrico y sus vástagos no teníamos tiempo – ni dinero – para güisquis filisófico- marxistas.
Los señoritos del marxismo de mi juventud son ahora millonarios. Muchos de ellos lo son gracias al dinero “del pueblo” que como todo el mundo sabe “no es de nadie”... pero no han renunciado a ese origen proletario que jamás tuvieron.
Ahora, con sus abultadas cuentas en Suiza o en las Caimán y sus inversiones inmobiliarias en Venezuela, se dedican a soliviantar al españolito de a pié, para montar un “Casas Viejas” a mayor honra de sus trasnochados ideales.
Yo, y ellos, sabemos que lo de Casas Viejas no se repetirá (la parte de los “tiros a la barriga”, digo)... no mientras gobierne la derechona del “perdóneme usted”, lo que sí puede llegar a pasar es que un día, alguien pierda la chabeta y se lleve por delante a unos cuantos de estos “sindicalistas de presidio” con postas del doble cero...¿Y entonces qué?
Echar de España a toda esta basura que pretendió convertir nuestra Segunda República en un satélite de la URSS (que es lo que pasó, y no lo que nos cuentan) costó tres años de guerra y muchos, pero que muchos litros de sangre.
¿No hemos aprendido nada?
Entonces, convendrán conmigo, tenemos lo que nos merecemos.