viernes, 18 de marzo de 2011

La Complutense (segunda parte)


Soy español, nacido y criado en este Estado y ciudadano derecho.
He adquirido ese derecho por nacimiento y porque a lo largo de mi vida no he cometido crimen alguno que me prive de él.
Trabajo por un sueldo mediocre – que me da justito para llegar a fin de mes sin exceso alguno - y pago mis impuestos.
Con esos impuestos sufrago una parte de los gastos de esa basura de Universidad que disfrutamos los españoles en Madrid y del sueldo de ese indocumentado que la dirige.
A diferencia de quienes nos gobiernan, yo no robo, no prevarico, no ejerzo el nepotismo ni el amiguismo ni el sectarismo descerebrado… respeto a quienes no tienen mis creencias y admito que en esta sociedad  - presuntamente democrática - los que no son como yo deben tener, también, su sitio.
Asimismo asisto económicamente a la educación de los homínidos que pretenden privarme del derecho a practicar mi religión… y no me quejo.
Sin embargo, ahora que va llegando el momento en que ir a misa se empieza a convertir en un problema de orden público, tengo una dolorosa reflexión que hacer.
Esta reflexión va dirigida a quienes tienen la obligación de hacer que mi derecho a practicar mi religión, que es mayoritaria en mi Patria, prevalezca sobre el capricho de esa minoría que quiere – a toda costa – privarme de ese derecho.
Que al rector de la Complutense le guste mas o menos que en la Universidad haya una capilla no tiene trascendencia… está en ese puesto para dirigir (algo que hace francamente mal, dicho sea de paso) una institución que debe estar al servicio de TODOS los españoles, yo incluido.
Sucede que –además – como yo, hay muchos.
Porque, numéricamente, hay muchos mas cristianos en España que homosexuales militantes, comunistas rabiosos y feministas histéricas.
Este hecho palpable – para todo aquel que tenga la honestidad intelectual de reconocerlo – debería conducir a que se respetase a este colectivo en el que me encuentro.
Simplemente porque es una "numerosa" parte de esta sociedad presuntamente democrática. Sin más.
Si en aras de una progresista igualdad de oportunidades se quisiese dotar de un lugar de culto (en el seno de la universidad) a la comunidad budista, evangelista, judía, zoroastrista o musulmana, mucho menos numerosas que la mia pero no por ello menos respetables, no le quepa duda al señor rector que encontraría un apoyo incondicional en mi colectivo, puesto que nos parecería estupendo que se habilitasen locales para que cada cual rece a quien le venga en gana.
Nos parecería estupendo que esos ciudadanos ejerciesen su derecho de culto en un lugar que es de TODOS los españoles.
Pero los tiros no van por ahí.
Como estamos en manos de quienes estamos, ejercer de creyente "cristiano" (a los que creen en las echadoras de cartas no les pasa lo mismo) empieza a ser – insisto – un problema de orden público.
Y empieza a ser un problema de orden público porque quien tiene el DEBER de proteger mis derecho de culto, se vuelve contra mí o – simplemente – mira para otro lado cuando una partida de descerebrados trata de impedir que lo ejerza.
Lo cual tiene su origen en el hecho de que estos iletrados que la PSOE ha puesto en todos los cargos públicos que ha podido, son incapaces de entender lo que significa “cargo público”… ya que si bien se saben aprovechar - para su propio beneficio - del termino “cargo”, no alcanzan a comprender que “publico” quiere decir “de todos”. Y como no entienden eso, crean mas problemas de los que están obligados a resolver… porque para eso, para resolver problemas, les pagamos los españoles (yo incluido).
A esta situación profundamente inconstitucional y antidemocrática, el Estado tiene que ponerle freno.
Porque si no le pone freno el Estado (responsable indiscutible de mantener la convivencia entre esta partida de animales que somos los españoles) acabaremos poniéndole freno los que queremos que se respeten nuestros derechos… y volveremos, una vez más, a echarnos las manos al cuello, algo que en mi tierra tiene una larga tradición.
Y no hay ninguna necesidad de llegar a ello. ¿Verdad que no Sr. Berzosa?