sábado, 5 de mayo de 2018

La piara

Yo no sé si a ustedes les pasa, pero cuando escucho hablar a un tertuliano o leo a un periodista que escribe sobre temas que conozco en profundidad, casi siempre acabo constatando que no tienen ni la mas remota idea de lo que hablan.
Y me da miedo extrapolar, pero si eso pasa en materias que domino, cabe pensar que sucede lo mismo cuando el tema sobre el que se discute forma parte de ese extenso desierto en el que habita mi ignorancia.
De forma similar, cuando alguien versado en un tema en concreto hace una afirmación (relativa al tema de su especialidad) que me resulta chocante, tiendo a replantearle mis opiniones sobre el asunto. Asumo mi desconocimiento y trato de entender las razones que impulsan al experto a hacer determinadas aseveraciones.
La reciente sentencia sobre la piara que se fue a los Sanfermines a ver a quien pillaban para pasársela por la piedra, es uno de esos casos.
Quiero dejar claro desde el principio que doy gracias a Dios por no ser yo quien tenga que dictar la sentencia que condene a estos malnacidos y que, ya puestos, quizá deberían ser ellos los que tendrían que gracias a Dios de que no sea yo, precisamente, el responsable de dictar su sentencia... porque les aseguro que ante temas así me cuesta mucho trabajo mantener la cabeza fría.
Tres expertos en Derecho, responsables de determinar en que forma se aplica la ley a este suceso, han coincidido que lo acaecido entra en el Código Penal (ese que reformó Belloch a base de arrancarle hojas) por la puerta del "abuso" en vez de por la puerta de la "agresión"...
De modo que aunque el cuerpo me pide que a los de la piara los torturen hasta la muerte, me planteo que cuando tres de tres expertos (tras tener acceso a pruebas que yo no he visto), coinciden en la calificación de abuso, probablemente la pena a aplicar sea la que se corresponde con este tipo penal.
No sucede lo mismo con periodistas, tertulianos, comunicadores, políticos y manipuladores de masas... en un alarmante ejercicio de soberbia ajena he tenido que escuchar toda suerte de estupideces y acusaciones de "machismo", "fascismo" y otras lindezas, a los magistrados por parte de gente que (estoy seguro) no entenderían el código penal ni aunque se lo explicasen con dibujitos.
Como la histeria se contagia y llevan diez días sacando de quicio el asunto, ya he tenido que sufrir (el dos de mayo) a un rebaño de incalificables gritar la siguiente consigna: "que casualidad, que casualidad, que uno de ellos era militar" en los actos oficiales de la celebración del día de la independencia donde intervenían - para dar lustre - un grupo de soldados... ya ven ustedes, no sólo los magistrados, ahora también entra el colectivo militar.
De modo que la situación a la que nos enfrentamos es terrible.
Porque tenemos una sociedad que genera piaras que van a esas borracheras colectivas que se denominan "fiestas populares", a realizar actos que, aunque mediase consentimiento de la víctima, serían cuando menos reprobables.
Y hago hincapié en lo de borracheras colectivas, porque los Sanfermines, de unos años (muchos) a esta parte son un espectáculo lamentable... y lo mismo sucede con otras muchas "fiestas populares" en las que con el beneplácito del ayuntamiento (vía consejería de "festejos") se permite toda clase de excesos al etílico rebaño.
Se juzga y condena a la gente en programas de máxima audiencia como "Salvame" o en las "tertulias" matutinas... los tribunales - por lo visto - ya no sirven para realizar esa actividad.
Y los que juzgan y condenan son esa misma gente que cuando les escucho hablar de temas que conozco, demuestran ser unos absolutos ignorantes...
De las redes sociales ya ni hablemos... las perlas que en ellas se leen son para hacerse una tortilla de antidepresivos.
Y eso es lo que tenemos, señores.
Todo para no admitir que disfrutamos de una sociedad en la que después de treinta años de banalización del sexo (el sexo es diversión, pásatelo bien) hemos conseguido que nuestros jóvenes se agrupen en piaras.
Y eso sucede con ellos y con ellas, no se confunda usted.
Al final, si quitamos los principios morales de la ecuación, lo que queda es el vacío... y lo demás, todo lo demás, deriva de él.