miércoles, 10 de enero de 2018

La tranquilidad

Tomo el tren en Almería para dirigirme a Madrid. 
Sale a las 7:30 de la mañana y llegará – si no hay retrasos – a eso de las 13:30. 
Son muchas horas de viaje y dado que cada vez me produce mas cansancio viajar, he sacado billete de “preferente” en vez de “turista”. La diferencia fundamental es que los asientos están mas separados y, para un hombre de metro noventa, eso tiene su importancia, porque un par de horas “encajonado” en un asiento diseñado para gente de menor estatura, se puede aguantar… seis horas es ya un suplicio innecesario. 
Pago un poco mas y viajo de forma mas confortable
Esa es la idea. 
Nada mas subirme al tren busco mi asiento y, en efecto, es un asiento estupendo separado del de delante y del de detrás una distancia considerable. Me alegro de haber tomado esa decisión y me acomodo poniendo mi bolsa de viaje en el estante que a tal efecto hay sobre los asientos. Tras quitarme el tabardo y el jersey (hace un calor tremendo) me siento en la butaca asignada a mi billete y saco mi libro electrónico. Retomo la lectura que empecé ayer (una antología de cuentos de E. A. Poe) y me dispongo a pasar las próximas seis horas leyendo y mirando por la ventanilla del tren. 
Apenas empiezo a leer, hace su aparición en el vagón una familia de cinco miembros. 
Son todos adultos. Sus edades están comprendidas entre la treintena larga y – pongamos – sesenta y tantos años. Forman un heterogéneo grupo de dos parejas y una señora un poco mas mayor. 
Van juntos y hablan entre ellos. 
El que dirige el cotarro les dice a los otros cuatro que se sienten donde quieran… que el tren va medio vacío y que si nadie reclama el asiento que ocupen en ese momento, tienen un asiento estupendo para este viaje. 
Habla en voz alta y hace toda suerte de comentarios asumiendo que a los demás viajeros les interesa lo que pueda decir. Muy español. 
Me da la sensación de que los otros cuatro no están muy cómodos con la situación, pero se dejan llevar… uno de ello inquiere acerca de que harán si alguien reclama el asiento. El macho alfa le responde que – llegado el caso - siempre pueden volver a “sus asientos”. 
Transcurridos unos minutos aparece un viajero y comenta al grupito que debe haber un malentendido, porque uno de ellos está ocupando la plaza que – según su billete – le corresponde por derecho (por derecho y por haberla pagado). 
El grupito se hace el tonto y el viajero pide educadamente el billete de uno de ellos y les dice – tras inspeccionarlo – que se han equivocado de vagón, que el vagón en el que están es el numero dos y que según el billete les corresponde el seis… El grupito se disculpa y sale del vagón rumbo al que se corresponde con el billete que han adquirido. 
Esto es lo que en román paladino se denomina “picaresca”. Consiste en que pago un billete de turista pero viajo en preferente ocupando un asiento que no me corresponde. 
No es un hecho grave pero es significativo… y demuestra por parte del “espabilado” un desprecio aterrador hacia los que – rascándose el bolsillo – han optado por un asiento un poco mas confortable. 
Es una actitud muy propia de los “listos” que deambulan a millares por nuestra vasta geografía.
Es algo que deriva directamente de dos hechos: la relajación de la educación y la falta de mano dura. 
En países mucho menos cultos pero mucho mas civilizados (viaje usted por centro-europa) estas cosas – simplemente – no pasan. 
Hay mano dura (intente usted chulearle a un policía en Alemania), pero sobre todo hay educación… aquí, a eso de sentarse en la silla que le corresponde a uno en función del billete que ha adquirido, lo llaman ser “cuadriculado”. 
Acepto que la educación es un bien que no está al alcance de todos y que es muy difícil en el país de la envidia y la mala leche (España) conseguir que disminuya el porcentaje de patanes dispuestos generar mas patanes… pero si no hay educación, por lo menos debería haber mano dura.
España necesita mano dura. 
Aunque sólo sea para que se impongan las elementales normas de convivencia. 
Extrapolando la experiencia, podríamos decir que ciertos catalanes acatan sólo las normas que les parece bien. Han pagado billete de turista pero quieren ir en primera clase… y atenerse a la ley que ampara al resto de los españoles no va con ellos. Son mas "listos" que los demás.
España necesita que la ley se cumpla, porque somos – desgraciadamente – un pueblo que no entiende la libertad… ni la convivencia. 
Al ciudadano que han educado en el respeto a la ley, al que cumple la ley, al que se somete a las normas, la mano dura le trae al pairo. Si no delinques, no debes temer a la ley ni a la forma en que se aplique. Pero el “espabilado” necesita que le recuerden donde están los límites… y que se haga – además – de forma contundente, pues si se hace de forma gentil, no produce el efecto deseado. 
Tranquilidad viene de tranca… 
¡Que verdad mas grande!