miércoles, 2 de abril de 2014

Asomando la oreja


En el corazón de cada progre hay oculto un pequeño dictador.
Y de cuando en cuando - sin que puedan hacer nada por impedirlo – el dictador sale a dar un paseo.
Despótico y soberbio, apoyado en esa superioridad moral que le otorga su condición de militante de izquierdas, emite el progre opiniones que, puestas en boca de un oponente político, serían del todo inaceptables… la parte grande del embudo para mi, la estrecha para mis enemigos.
La democracia, desde el punto de vista de nuestra izquierda, es ese régimen político en el que se hace lo que ellos dicen, pues cualquier opinión, actitud, pensamiento, o acción que se oponga a sus rígidas consignas, es algo censurable y se encuentra fuera del sistema democrático.
Y eso es porque sí, porque ellos son los que reparten los carnets de demócrata, porque ellos están en la verdad y los demás hozamos en el error y la oscuridad.
Para el progre estándar,  el acto de mugir durante la interpretación del Himno Nacional en un partido de fútbol, es un ejercicio de libertad (de libertad de expresión, para ser exactos), pero como contrapartida, tocarlo en un funeral durante la Consagración, frente al silencioso respeto de todos los presentes, es un acto abominable.
Para el progre estándar, en una democracia se puede admitir que un representante del Estado haga apología del terrorismo, se declare en rebeldía publicamente o asalte un supermercado, pero que un cardenal, en una homilía, mente la guerra civil... eso es del todo inadmisible, porque excede holgadamente sus funciones.
Tampoco admite el progre que un militar cite ciertos artículos de la Constitución… porque cuando un soldado hace eso (citar la Constitución) está cometiendo pecado grave, o muy grave, contra la democracia.
En el ánimo del izquierdoso está siempre delimitar tus derechos a la vez que se expanden los suyos. 
Y eso es así porque ellos poseen la verdad, son accionistas mayoritarios de la realidad, apóstoles de lo que debe y no debe hacerse, constructores de la sociedad perfecta.
En esa sociedad perfecta que pretenden construir no tienen cabida los católicos, porque, para ellos, los católicos no son ciudadanos como manda la sacrosanta progresía… si acaso, a un católico se le puede permitir que viva, siempre y cuando nadie sepa que es católico, siempre que evite manifestarse y, por supuesto, siempre que se abstenga de opinar acerca de las grandes o pequeñas cuestiones que atañen a la sociedad a la que pertenece.
Para el progre, el cristiano es algo así como un esclavo negro en la Alabama de la segunda mitad del diecinueve… si es sumiso, hasta se le puede coger cariño.
En España la izquierda es así.
Ayer la señora Diez olvidaba que – en efecto – el Himno Nacional es de todos los españoles y que la condición de católico no excluye a la de ciudadano ni a la de español, y por lo tanto, los españoles católicos podemos (manque le pese) hacer uso de nuestro himno cuando nos plazca… y tanto más si su interpretación se ve rodeada de veneración y respeto.
Yo le rogaría a la señora Diez que dejase de decirnos lo que podemos y lo que no podemos hacer… porque aunque ella no comparta esta afirmación, ya somos mayorcitos.
Pero también me gustaría decirle a doña Rosa que no se preocupe por mis opiniones, porque comprendo que - dada su condición de progresista - no pueda evitar soltarnos el sermón.  
Soy consciente del hecho de que la piel de cordero es resbaladiza y me consta que - de cuando en cuando - deja que asome del lobo alguna que otra oreja.