martes, 11 de diciembre de 2012

Inmersión innecesaria


Nací en Barcelona en 1960.
Franco vivía y en España empezaban a hacerse con el poder los denominados “tecnócratas”... fue la época del “baby-boom”, del Seat seiscientos, del milagro económico...
Aprendí a hablar catalán sin estudiarlo... y no fue porque el Espíritu Santo me dotase del don de lenguas, sino porque a mi alrededor esa lengua se hablaba con toda naturalidad.
Cuando mi padre me llevaba a la peluquería del respetable señor Magriñá, mientras esperaba mi turno, leía el “cavall fort” y el “patufet”, tebeos que se editaban íntegramente en catalán.
Mis vecinos del ático, una familia numerosa cuyo primogénito nació a principios de los cincuenta, estudiaron íntegramente en catalán... en un colegio privado, eso si, pero íntegramente en catalán.
Asimismo, los domingos, dependiendo de la hora a la que fuese a misa, rezaba a veces en catalán y otras en español...
Así que aprendí a hablar catalán y a entenderlo perfectamente sin abrir un sólo libro de gramática.
Algo que me pasó a mi y a muchos hijos de emigrantes de mi generación.
Llegados a este punto diré que mi familia se afincó en Cataluña hace cinco generaciones... y que mi “lengua vehicular” ha sido siempre el español, lo cual no quita una décima al hecho de que aprendí el catalán en mi mas tierna infancia por escucharlo en todas partes.
De modo que eso de que el catalán fue una lengua “perseguida” por Franco, es como tantas otras cosas, una sonora milonga.
No voy a decir que en algún momento, algún cafre, no lanzase una campaña publicitaria poco afortunada (“Hable usted la lengua del Imperio”), ni que algún que otro cebón fuese impertinente al exigir que se le hablase en español, porque en la viña del Señor, “habemos” de todo... pero en general, y miente quien lo niegue, el que ha querido hablar Catalán en Cataluña, lo ha hecho sin trabas.
Cierto es que en la administración la lengua que se usaba era el español.
Y ahora añado: ¿Y le parece a usted raro?
Lo lógico es que si uno pertenece a un Estado concreto, y más cuando en este se hablan diversas lenguas, se use una en concreto (la que hablan todos) para entenderse en materia administrativa. En la Roma de Tiberio eran el Latín o el Griego dependiendo de donde se encontrase uno, porque el hebreo, lo que fuera que chamullasen los pictos o el galo no eran “lenguas administrativas”.
El catalán ha gozado en Cataluña - siempre - de una salud envidiable... y todas esas tradiciones seculares que se inventaron a principios del XX (la sardana, el tió, etc.) en mi lejana infancia se practicaban sin que eso plantease problema alguno.
Así que eso de que hay que “proteger” el catalán como si fuese una foca monje, o un pájaro Dodo es, permitanme repetirlo, una estupidez.
Porque si cuando era “perseguido” gozaba de una salud tan envidiable, ahora que no lo persigue nadie... ya me dirán.
Del catalán y su defensa los políticos catalanes han hecho  un negocio.
La defensa del catalán oculta una trama nauseabunda de subvenciones, contratos a dedo y sustracción desvergonzada de dinero público. 
Ocho canales de televisión en catalán (todos ellos deficitarios), dos o tres periódicos (deficitarios también), embajaditas, escuelas de catalán en el extranjero, centros culturales subvencionados, editoriales que publican libros que nadie lee... un pozo sin fondo.
La defensa del catalán oculta una red de clienterismo y es, a mi juicio, una de las razones por las que mi Barcelona natal – antaño punta de lanza de la modernidad – se esté convirtiendo en la capital paleta de una provincia de segunda.