miércoles, 12 de febrero de 2014

Mateo 7, 15-16


Confieso que muy demócrata no soy.
Pero antes de que se rasgue usted las vestiduras con mi afirmación (no están los tiempos para comprar ropa nueva) matizaré que lo que me hace reaccionario de vocación es “esta” democracia, en manos de “estos” políticos y de “este” pueblo. 
Quizá podría definirme como demócrata utópico.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que para regir los destinos de la Patria se exigiese a los nominables una preparación superior a la ESO.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que los políticos corruptos, al verse pillados, dimitiesen de sus cargos pidiendo perdón (y devolviendo el dinero defraudado).
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que – al menos – existiesen unas “líneas rojas” en lo referente a temas que desde mi punto de vista no pueden ser “discutidos y discutibles”. Y que, mandase el que mandase, ya fuera delantero centro, defensa o lateral izquierdo, no fuese posible cruzar sin consecuencias penales.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que la libertad de expresión y la quema de contenedores de basura fuesen cosas distintas. Y que en una Universidad, fuese quien fuese a dar una conferencia, pudiese darla sin tener que sufrir al habitual coro de mugientes. 
Me gustaría pertenecer a una democracia aristocrática (del griego “aristós” vulgo excelente), en la que nuestros preparadísimos responsables, además de poseer conocimientos amplios en varias materias, fuesen conscientes de su obligación de servir al pueblo que lo vota… si además fuesen personas decentes ya ni le cuento.
Y me gustaría – sobre todo – pertenecer a una democracia en la que el pueblo votase usando la cabeza, no las gónadas. En la que ese apéndice que sobresale del cuello se usase para pensar, no para embestir. 
Desearía vivir una democracia en la que fuese posible discrepar sin insulto y en el que el respeto se expresase sobre las personas, no sobre las ideas. Dado que, dicho sea de paso, idea y consigna no son términos que tengan, para mucha gente, diferente significado.
Quiero una democracia de la que sentirme orgulloso, no “esto” que tenemos.
Pero lo que tenemos aquí es – sencillamente - “esto”.
Tenemos un sistema en el que, desde el momento en que se procede al recuento de votos y reparto de escaños, el español electo se siente libre de cumplir o no, el programa electoral que le ha puesto en el cargo, consciente de haber adquirido una patente de corso para los próximos cuatro años.
Tenemos un sistema en el que nuestros representantes no representan nuestras ideas, tan sólo recaudan nuestros votos.
Tenemos un PP con 13 eurodiputados que cuando llega el momento de votar el informe Lunacek en Bruselas sólo 3 votan en contra, ya que el cuarto voto en contra (Cristina Gutiérrez-Cortines) fue “porque se equivocó al votar”… vamos, que le dio al botón que no era.
Mariano “manostijeras” no ha cumplido aún un solo punto de su programa electoral… y sigue empeñado en no cumplirlo.
Y así nos va.
Y por eso me declaro reaccionario. 
Porque aquí hay mucho, pero mucho, contra lo que reaccionar.
¿Y que hacemos? – dirá el paciente lector.
Yo no se ustedes, pero el “voto útil”, para mi, ha pasado a la historia.
A partir de ahora votaré “en conciencia” y “a conciencia”… y votare a algún partido nuevo cuyo programa me guste, porque aunque – a decir de algunos – eso sea tirar mi voto “a la basura”, al menos lo tiraré yo.
Mateo 7, 15-16.