Hace ya mucho tiempo que a nuestra clase política se le presupone falta de honestidad.
Como toda generalización, es injusta.
Hay políticos buenos, malos y regulares... en todo colectivo humano, existe un porcentaje de manzanas podridas que, generalmente, es pequeño pero hace un ruido enorme.
Ese ruido hace que la labor callada y responsable del resto pase absolutamente desapercibida, y es - a la postre - lo que dá la mala fama al colectivo.
En la clase política el nivel de corrupción es superior a la media... pero no es algo que deba extrañarnos porque la política trata de "poder" y el poder - como decía Séneca - corrompe.
La única manera de conseguir algo de buena fama es tener la capacidad de expulsar del grupo a los que se desvían de la virtud... una selección previa hace mucho, pero no garantiza que el paso del tiempo haga lo suyo por corromper al seleccionado.
De modo, que si no seleccionamos meticulosamente a los componentes del equipo, permitiendo que cualquiera, con cualquier pasado, con cualquier formación (incluso sin ella) forme parte del conjunto, pero además, no articulamos los mecanismos necesarios para expulsar al que demuestra no ser digno del colectivo... acabamos adquiriendo la fama que merecemos.
Ayer, en el Congreso de los Diputados, pudimos contemplar el efecto de de haber consentido que nuestra clase política se componga de cualquier cosa.
Convertido en un circo, el hemiciclo albergó ayer un numero notorio de chusma que no era capaz (ni siquiera) de vestirse correctamente para la ocasión... pero lo peor fue que permitió que en sus bancos se sentasen - directamente - delincuentes en proceso de condena.
Ya sé que eso se debió a algún extraño vacío legal en nuestro elefantiásico (pero inútil) sistema jurídico, pero lo cierto es que de la prisión, pasaron a los sillones del Congreso.
Pero además, en un ejercicio de indignidad, se vio a los componentes de otras formaciones tratarlos como amigos e iguales, e incluso se les permitió recitar una fórmula esotérica que dejaba de lado la obediencia debida a nuestro ordenamiento jurídico, para - a continuación - otorgarles el cargo.
La presidenta del Congreso, puesta ahí para lo que está puesta, permitió la payasada sin expulsarlos de la sala... porque - es preciso reconocerlo - el comportamiento del colectivo político lleva ya muchos años siendo de todo menos ejemplar.
Lo acaecido ayer es una prueba irrefutable de la falta de respeto y consideración que nuestra clase política tiene hacia los españoles y hacia si misma.
Tenemos que asumir de una vez que no podemos dejar las decisiones mas importantes de nuestro futuro en manos de indocumentados a quienes - con toda probabilidad - no les dejaríamos administrar ni la Comunidad de Propietarios de nuestro bloque.
Y hay que hacerles ver que no pueden hacer lo que les de la gana, cuando les de la gana y según les parezca...
Representan a todos los españoles... no lo saben o no lo quieren saber, pero para eso les pagamos un sueldo.
Y están ahí para procurar el bien común.
Sobran payasos y delincuentes.