"Caamaño se ha mostrado tajante en sus declaraciones, afirmando que "en nuestro país no hay más objeción de conciencia que aquélla que está expresamente establecida en la Constitución o por el legislador en las Cortes Generales. Todos estamos sometidos a la ley. Las ideas personales no pueden excusarnos del cumplimiento de la ley porque, si no, nos llevaría en muchísimos temas, en éste y en otros muchos, a la desobediencia civil". Aunque admite que "hay supuestos en los que debe haber objeción de conciencia", el titular de Justicia señala que este derecho debe ser regulado por "el único órgano constitucional que puede regular los derechos fundamentales de los ciudadanos", en referencia a las Cortes Generales. "Allí donde no hay una ley que lo permita, estoy con el Tribunal Supremo y su sentencia sobre Educación para la Ciudadanía. No cabe la objeción de conciencia", zanja." [Europa Press]
Esta cosa que nos manda por efecto de la goma-2 eco (¡y vale ya!), ha decidido que puede legislar sobre las conciencias de los ciudadanos.
No les basta con dirimir a mano alzada la humanidad de los fetos o la definición de familia, sino que además van a determinar por consenso que cosas pueden o no, herir nuestra sensibilidad o mover nuestras conciencias.
Cree el señor Camaño que negarse a pagar impuestos y oponerse a realizar un aborto es la misma cosa, democrática y constitucionalmente hablando (claro está)… o al menos eso se deduce de sus iluminantes declaraciones.
Y ya que sus muchos y muy caros asesores no han sido capaces de sacarle del error, este roedor que carece de todo pero – al menos – conciencia si que posee, va a tratar de explicarle la diferencia.
La objeción de conciencia, que es de facto una forma de desobediencia civil, se produce cuando los legisladores quieren imponer alguna cosa que a la ciudadanía (elemento del que emana el poder en una democracia, señor Caamaño) no le gusta.
La ciudadanía, que por norma general no es amiga de meterse en líos, cuando se plantea patear en ciertos charcos, es porque le ponen entre la pared de la imposición legal y la espada de sus convicciones morales.
Cuando el número de ciudadanos que se encuentran en esa situación es lo suficientemente numeroso, se produce ese extraño fenómeno que denominamos objeción de conciencia y el Estado, si no está en manos de tiranos y sinvergüenzas, lo que suele hacer en estos casos es regular las condiciones en las que este derecho inalienable del ciudadano, puede hacerse efectivo.
Como la patuléa dirigente a la que usted representa no entiende lo de “derecho” y lo de “inalienable”, debido - sospecho - a que su base ideológica coincide con la de Pol Pot, ha decidido que no sólo no va a regular la objeción sino que va a meter en la cheka a los que se atrevan a manifestarse objetores.
Los objetores, señor Caamaño, no buscan desobedecer la ley, buscan obedecerla sin renunciar a su humanidad... y son precisamente ellos los que deciden sobre que cosa van a objetar y sobre cual no.
Llegados a este punto lamento comunicarle - Sr. Caamaño - que no pienso dejar que decida usted, ni ningún otro ministro/a de cuota o allegado/a al pesebre, los temas que van a ser objeto de mi objeción de conciencia.
Comprendo que la formación stalinista y su natural totalitario y chulesco, les impida respetar mis derechos, pero - aunque no les guste – deben respetarlos... es lo que tiene el Estado de Derecho.
También va a ser preciso recordarles que son nuestros empleados, no nuestros jefes… y que en una democracia se debe hacer lo que pide el ciudadano, no lo que les salga a ustedes de sus minúsculas gónadas.
Cuando un proyecto de ley levanta tal cantidad de ampollas que un apreciable número ciudadanos se plantean la objeción de conciencia, lo democrático, lo constitucional, lo realmente adecuado, es tirarlo a la basura en primera instancia y – si acaso – reformularlo posteriormente en otros términos.
Yo sé que ustedes consideran que con media docena de casi licenciados en derecho (que nunca han ejercido de otra cosa que no sea de diputado, concejal de festejos o agitador de fábrica) se puede escribir un código civil como el de Napoleón, pero están equivocados.
Y aunque no se lo crean, les aseguro que no necesitamos que nos eduquen… sobre todo los que tenemos conciencia, esa cosa de la que ustedes carecen.
Esta cosa que nos manda por efecto de la goma-2 eco (¡y vale ya!), ha decidido que puede legislar sobre las conciencias de los ciudadanos.
No les basta con dirimir a mano alzada la humanidad de los fetos o la definición de familia, sino que además van a determinar por consenso que cosas pueden o no, herir nuestra sensibilidad o mover nuestras conciencias.
Cree el señor Camaño que negarse a pagar impuestos y oponerse a realizar un aborto es la misma cosa, democrática y constitucionalmente hablando (claro está)… o al menos eso se deduce de sus iluminantes declaraciones.
Y ya que sus muchos y muy caros asesores no han sido capaces de sacarle del error, este roedor que carece de todo pero – al menos – conciencia si que posee, va a tratar de explicarle la diferencia.
La objeción de conciencia, que es de facto una forma de desobediencia civil, se produce cuando los legisladores quieren imponer alguna cosa que a la ciudadanía (elemento del que emana el poder en una democracia, señor Caamaño) no le gusta.
La ciudadanía, que por norma general no es amiga de meterse en líos, cuando se plantea patear en ciertos charcos, es porque le ponen entre la pared de la imposición legal y la espada de sus convicciones morales.
Cuando el número de ciudadanos que se encuentran en esa situación es lo suficientemente numeroso, se produce ese extraño fenómeno que denominamos objeción de conciencia y el Estado, si no está en manos de tiranos y sinvergüenzas, lo que suele hacer en estos casos es regular las condiciones en las que este derecho inalienable del ciudadano, puede hacerse efectivo.
Como la patuléa dirigente a la que usted representa no entiende lo de “derecho” y lo de “inalienable”, debido - sospecho - a que su base ideológica coincide con la de Pol Pot, ha decidido que no sólo no va a regular la objeción sino que va a meter en la cheka a los que se atrevan a manifestarse objetores.
Los objetores, señor Caamaño, no buscan desobedecer la ley, buscan obedecerla sin renunciar a su humanidad... y son precisamente ellos los que deciden sobre que cosa van a objetar y sobre cual no.
Llegados a este punto lamento comunicarle - Sr. Caamaño - que no pienso dejar que decida usted, ni ningún otro ministro/a de cuota o allegado/a al pesebre, los temas que van a ser objeto de mi objeción de conciencia.
Comprendo que la formación stalinista y su natural totalitario y chulesco, les impida respetar mis derechos, pero - aunque no les guste – deben respetarlos... es lo que tiene el Estado de Derecho.
También va a ser preciso recordarles que son nuestros empleados, no nuestros jefes… y que en una democracia se debe hacer lo que pide el ciudadano, no lo que les salga a ustedes de sus minúsculas gónadas.
Cuando un proyecto de ley levanta tal cantidad de ampollas que un apreciable número ciudadanos se plantean la objeción de conciencia, lo democrático, lo constitucional, lo realmente adecuado, es tirarlo a la basura en primera instancia y – si acaso – reformularlo posteriormente en otros términos.
Yo sé que ustedes consideran que con media docena de casi licenciados en derecho (que nunca han ejercido de otra cosa que no sea de diputado, concejal de festejos o agitador de fábrica) se puede escribir un código civil como el de Napoleón, pero están equivocados.
Y aunque no se lo crean, les aseguro que no necesitamos que nos eduquen… sobre todo los que tenemos conciencia, esa cosa de la que ustedes carecen.