Leo con agradable sorpresa un ensayo de Amin Maloouf denominado “Identidades asesinas”. El ensayo trata de muchas cosas empezando por el problema de la identidad personal y terminando por el terrorismo desde el punto de vista identitario.
Maloouf, cristiano libanés recriado en Francia, es un ejemplo viviente de la convergencia de identidades y su punto de vista sobre la inadaptación social del emigrante está – a mi entender – brillantemente explicado.
Aunque como me pasa siempre, no suelo coincidir con todo lo expuesto en este tipo de ensayos, pues todo ensayo viene contaminado por la visión personal y la experiencia de vida del escritor, debo decir que tiene párrafos como para grabarlos en piedra.
Coincido con su forma de ver Occidente y con el análisis de los peligros que la “aldea global” conlleva en su desarrollo... aunque no creo en las soluciones que propone.
Me gusta especialmente su apreciación de que Occidente, hoy en día, es un modelo malo por encontrarse sumido en una decadencia moral que repele al observador externo.
Plantea una serie de acertadas paradojas referidas al sentimiento de persecución (real o ficticia) que sufren las “tribus” y los elementos que conforman este conjunto identitario que persigue, en una época de uniformización planetaria, la distinción a ultranza de los que nos rodean.
No comparto la visión que tiene de que en su origen, el Islám fuese un régimen tolerante. Creo que fue todo lo tolerante que se podía ser en su tiempo, que no era mucho (Algo que compartía – indudablemente - con el Catolicismo), y creo que sus apreciaciones sobre el idílico “Califato de Córdoba” tampoco responden a lo que tengo leído al respecto.
Sin embargo el análisis que hace sobre la interacción de la sociedad con la religión que profesa es muy acertado y comparto plenamente la afirmación de que la Iglesia Católica, si bien fue en épocas “intolerante y retrógrada”, también permitió que sobre una sociedad que profesaba dicha fe, floreciese el Renacimiento, y con él el salto cualitativo que nos separaría posteriormente de otras civilizaciones a través un abismo tecnológico, filosófico, artístico y económico.
Especialmente interesante es el capítulo dedicado a la visión que los países menos desarrollados tienen del dilema que les plantea la asunción de la modernidad frente a la merma de sus tradiciones. Establece con fortuna la distinción entre una herencia vertical (de nuestros ancestros) y una horizontal (de nuestros tiempos) y plantea los conflictos que en muchas sociedades genera la simple existencia de un Occidente rico y evolucionado.
Me gusta como analiza el multiculturalismo (eso que defienden los progres de occidente) señalando que el camino de la integración pasa por un doble esfuerzo, el de la sociedad por respetar al inmigrante (dada su condición de ser humano) y la del inmigrante por respetar las costumbres de la sociedad que le acoge.
Recuerda que los sentimientos del inmigrante se ven condicionados por el hecho de que para ser inmigrante hay que pasar antes por la situación de emigrante… y que la actitud del inmigrante depende mucho de las condiciones que – previamente - lo han convertido en emigrante.
En general se le podría aplicar el calificativo de enriquecedor… un poco buenista y – en mi modesta opinión – con un exceso de fe en la capacidad de superación del ser humano. Algunas afirmaciones son algo simplistas y de cuando en cuando discrepo vivamente de lo que dice, pero, en cualquier caso, es un libro que merece ser leído.
Maloouf, cristiano libanés recriado en Francia, es un ejemplo viviente de la convergencia de identidades y su punto de vista sobre la inadaptación social del emigrante está – a mi entender – brillantemente explicado.
Aunque como me pasa siempre, no suelo coincidir con todo lo expuesto en este tipo de ensayos, pues todo ensayo viene contaminado por la visión personal y la experiencia de vida del escritor, debo decir que tiene párrafos como para grabarlos en piedra.
Coincido con su forma de ver Occidente y con el análisis de los peligros que la “aldea global” conlleva en su desarrollo... aunque no creo en las soluciones que propone.
Me gusta especialmente su apreciación de que Occidente, hoy en día, es un modelo malo por encontrarse sumido en una decadencia moral que repele al observador externo.
Plantea una serie de acertadas paradojas referidas al sentimiento de persecución (real o ficticia) que sufren las “tribus” y los elementos que conforman este conjunto identitario que persigue, en una época de uniformización planetaria, la distinción a ultranza de los que nos rodean.
No comparto la visión que tiene de que en su origen, el Islám fuese un régimen tolerante. Creo que fue todo lo tolerante que se podía ser en su tiempo, que no era mucho (Algo que compartía – indudablemente - con el Catolicismo), y creo que sus apreciaciones sobre el idílico “Califato de Córdoba” tampoco responden a lo que tengo leído al respecto.
Sin embargo el análisis que hace sobre la interacción de la sociedad con la religión que profesa es muy acertado y comparto plenamente la afirmación de que la Iglesia Católica, si bien fue en épocas “intolerante y retrógrada”, también permitió que sobre una sociedad que profesaba dicha fe, floreciese el Renacimiento, y con él el salto cualitativo que nos separaría posteriormente de otras civilizaciones a través un abismo tecnológico, filosófico, artístico y económico.
Especialmente interesante es el capítulo dedicado a la visión que los países menos desarrollados tienen del dilema que les plantea la asunción de la modernidad frente a la merma de sus tradiciones. Establece con fortuna la distinción entre una herencia vertical (de nuestros ancestros) y una horizontal (de nuestros tiempos) y plantea los conflictos que en muchas sociedades genera la simple existencia de un Occidente rico y evolucionado.
Me gusta como analiza el multiculturalismo (eso que defienden los progres de occidente) señalando que el camino de la integración pasa por un doble esfuerzo, el de la sociedad por respetar al inmigrante (dada su condición de ser humano) y la del inmigrante por respetar las costumbres de la sociedad que le acoge.
Recuerda que los sentimientos del inmigrante se ven condicionados por el hecho de que para ser inmigrante hay que pasar antes por la situación de emigrante… y que la actitud del inmigrante depende mucho de las condiciones que – previamente - lo han convertido en emigrante.
En general se le podría aplicar el calificativo de enriquecedor… un poco buenista y – en mi modesta opinión – con un exceso de fe en la capacidad de superación del ser humano. Algunas afirmaciones son algo simplistas y de cuando en cuando discrepo vivamente de lo que dice, pero, en cualquier caso, es un libro que merece ser leído.