Cuando Julio Cesar emprende sus campañas de conquista lo hace en un terreno conocido, con cartografía, con intérpretes, conoce la flora y la fauna que va a encontrar, el clima, las costumbres de sus enemigos, sus armas y tácticas de lucha… hay, en esas conquistas pocas cosas que se dejen al azar. Una línea logística perfectamente definida une a los cuerpos combatientes con sus bases de aprovisionamiento. Se sabe, a ciencia cierta, cuanto tiempo tardarían en llegar – si hiciesen falta – los necesarios refuerzos.
Y con eso y todo la gesta pasa a la Historia de las grandes conquistas… y es verdad, la expansión de Roma – bendita Roma – es una conquista enorme, porque trae al mundo los pilares sobre los que mas tarde se asentarán las civilizaciones libres, las sociedades evolutivas.
Bajo el Águila Imperial desaparecen tribus enteras, lenguas y dialectos, pueblos y costumbres… los antiguos usos son eclipsados por el Derecho Romano, las lenguas locales sucumben ante el latín (o el griego), y ante los provincianos y mezquinos ojos de los lugareños, Roma abre un horizonte universal, inconmensurable, infinito...
Y lo que no consiguen hacer las armas lo hace la cultura. El mundo se romaniza.
La gesta se produce en una época de la humanidad en la que apenas hay eventos que merezcan una atención similar, por eso Roma ocupa las páginas de la historia hasta desbordarlas.
EL siglo XV, sin embargo, está lleno de avances técnicos, de aventuras increíbles, de conquistas asombrosas.
Aparece la Imprenta (ahí es nada), se expulsa a los musulmanes de España, se descubre América, se circunvala el mundo… muchos eventos notables en tan breve plazo de tiempo… los unos hacen sombra a los otros y parece que, aisladamente, los hechos se producen con menos mérito que aquellos otros que se narran en “De bello Gallico”.
Pero es al revés.
Cuando Hernán Cortés desembarca en Méjico tiene delante una tierra desconocida, absoluta y completamente desconocida, sin mapas, con una flora y una fauna nunca vista, frente a un enemigo cuyas costumbres desconocen, que hablan una lengua extraña para la que no hay intérpretes, que luchan de un modo diferente, que padecen unas enfermedades que el hombre blanco nunca ha sufrido (y viceversa)… son muchos y luchan en su tierra. Nosotros éramos pocos, muy pocos, y nuestras líneas de abastecimiento eran inciertas… no había manera de prever cuando o si llegarían alguna vez los refuerzos que pudiésemos necesitar.
Si tras un viaje interestelar desembarcásemos un Batallón de Infantería Ligera en un planeta desconocido pero habitado, en una galaxia lejana… nos enfrentaríamos a problemas muy similares a los que encontraron aquellos soldados.
Al igual que Roma hizo con nosotros, llevamos al Nuevo Mundo misiones, universidades, organización social (una moderna, no la que tenían ellos), una religión misericordiosa que condiciona la salvación al comportamiento, no al destino, les cualificamos para incorporarse al Renacimiento, les dejamos una lengua que hoy en día la hablan centenares de millones de hombres… y de todo eso que hicimos, según parece, queda sólo la imagen de que fuimos unos borricos que esquilmamos sus recursos sin aportar nada a cambio...
Los Tracios desaparecieron de la faz de la tierra y ocupan en la historia un puesto adecuado a la influencia que tuvieron sobre su entorno… y creo que eso - injusto tal vez desde el punto de vista de un Tracio - es lo que debe ser.
Los Aztecas, un pueblo que no conocía la escritura (ya que el conocimiento estaba reservado a la casta sacerdotal), tenían una minoría capaz de predecir los eclipses y hacer trepanaciones en las descalabradas cabezas de sus guerreros… pero esas cosas – que ya las hacían los egipcios de nuestro mediterráneo - no los convirtió en una civilización capaz de oponerse a la hispanización. Y no se opusieron porque para ellos lo que nosotros ofertábamos era mejor que lo que tenían. Ha sido así siempre. A nosotros nos pasó con Roma.
Las armas no conquistan, solo ocupan… la conquista viene de la mano de la cultura.
Ahora los caudillos “indigenistas”, explotan con interesada saña los odios ancestrales para implantar el marxismo en América de Sur… No es reivindicación histórica, es el marxismo de siempre, la utopía asesina, la dictadura mimada y consentida por este occidente suicida y bobo en el que nos encontramos.
Dictadores implacables en tierras condenadas al subdesarrollo... el comunismo en estado puro.
Cuando me tocan el tema de la Conquista de América procuro no discutir… el que no es capaz de ver la magnitud de lo que hizo España en su conjunto, es porque no está dispuesto a verlo.
Y para sordos y ciegos voluntarios, ya está la SER.
Y con eso y todo la gesta pasa a la Historia de las grandes conquistas… y es verdad, la expansión de Roma – bendita Roma – es una conquista enorme, porque trae al mundo los pilares sobre los que mas tarde se asentarán las civilizaciones libres, las sociedades evolutivas.
Bajo el Águila Imperial desaparecen tribus enteras, lenguas y dialectos, pueblos y costumbres… los antiguos usos son eclipsados por el Derecho Romano, las lenguas locales sucumben ante el latín (o el griego), y ante los provincianos y mezquinos ojos de los lugareños, Roma abre un horizonte universal, inconmensurable, infinito...
Y lo que no consiguen hacer las armas lo hace la cultura. El mundo se romaniza.
La gesta se produce en una época de la humanidad en la que apenas hay eventos que merezcan una atención similar, por eso Roma ocupa las páginas de la historia hasta desbordarlas.
EL siglo XV, sin embargo, está lleno de avances técnicos, de aventuras increíbles, de conquistas asombrosas.
Aparece la Imprenta (ahí es nada), se expulsa a los musulmanes de España, se descubre América, se circunvala el mundo… muchos eventos notables en tan breve plazo de tiempo… los unos hacen sombra a los otros y parece que, aisladamente, los hechos se producen con menos mérito que aquellos otros que se narran en “De bello Gallico”.
Pero es al revés.
Cuando Hernán Cortés desembarca en Méjico tiene delante una tierra desconocida, absoluta y completamente desconocida, sin mapas, con una flora y una fauna nunca vista, frente a un enemigo cuyas costumbres desconocen, que hablan una lengua extraña para la que no hay intérpretes, que luchan de un modo diferente, que padecen unas enfermedades que el hombre blanco nunca ha sufrido (y viceversa)… son muchos y luchan en su tierra. Nosotros éramos pocos, muy pocos, y nuestras líneas de abastecimiento eran inciertas… no había manera de prever cuando o si llegarían alguna vez los refuerzos que pudiésemos necesitar.
Si tras un viaje interestelar desembarcásemos un Batallón de Infantería Ligera en un planeta desconocido pero habitado, en una galaxia lejana… nos enfrentaríamos a problemas muy similares a los que encontraron aquellos soldados.
Al igual que Roma hizo con nosotros, llevamos al Nuevo Mundo misiones, universidades, organización social (una moderna, no la que tenían ellos), una religión misericordiosa que condiciona la salvación al comportamiento, no al destino, les cualificamos para incorporarse al Renacimiento, les dejamos una lengua que hoy en día la hablan centenares de millones de hombres… y de todo eso que hicimos, según parece, queda sólo la imagen de que fuimos unos borricos que esquilmamos sus recursos sin aportar nada a cambio...
Los Tracios desaparecieron de la faz de la tierra y ocupan en la historia un puesto adecuado a la influencia que tuvieron sobre su entorno… y creo que eso - injusto tal vez desde el punto de vista de un Tracio - es lo que debe ser.
Los Aztecas, un pueblo que no conocía la escritura (ya que el conocimiento estaba reservado a la casta sacerdotal), tenían una minoría capaz de predecir los eclipses y hacer trepanaciones en las descalabradas cabezas de sus guerreros… pero esas cosas – que ya las hacían los egipcios de nuestro mediterráneo - no los convirtió en una civilización capaz de oponerse a la hispanización. Y no se opusieron porque para ellos lo que nosotros ofertábamos era mejor que lo que tenían. Ha sido así siempre. A nosotros nos pasó con Roma.
Las armas no conquistan, solo ocupan… la conquista viene de la mano de la cultura.
Ahora los caudillos “indigenistas”, explotan con interesada saña los odios ancestrales para implantar el marxismo en América de Sur… No es reivindicación histórica, es el marxismo de siempre, la utopía asesina, la dictadura mimada y consentida por este occidente suicida y bobo en el que nos encontramos.
Dictadores implacables en tierras condenadas al subdesarrollo... el comunismo en estado puro.
Cuando me tocan el tema de la Conquista de América procuro no discutir… el que no es capaz de ver la magnitud de lo que hizo España en su conjunto, es porque no está dispuesto a verlo.
Y para sordos y ciegos voluntarios, ya está la SER.