En este mundo traidor, nada es verdad, ni mentira…
todo es según el color del cristal con que se mira.
(Ramón de Campoamor)
Estos dos versos hablan de la percepción de la realidad. En pocas palabras resume tratados de psicología, pero asume que el observador tiene cristales de un color u otro. En el Occidente del siglo XXI la carencia de cristales condena a la vieja Europa a la soledad del primer verso… “En este mundo traidor, nada es verdad, ni mentira”.
Y ya que todo es relativo, todo depende de “la jugada”, la coherencia personal se diluye en un “pues depende”, dando paso a un fenómeno pseudo aleatorio en la toma de decisiones.
A efectos prácticos, en España, eso se materializa en una clase política que dice una cosa y hace otra… o peor aún; que dice una cosa hoy, dice otra mañana y hace un “ninguna de las anteriores” pasado mañana.
La inexistencia de principios en aquellos que deben tomar decisiones, impide aventurar que van a hacer con nuestras vidas, con nuestros votos, en un plazo de tiempo ridículamente corto.
Esto va conduciendo a una lenta polarización de la sociedad en la que se van asumiendo como principios aquellas ideas antagónicas a las del adversario político. No es posible coincidir en nada, pues por principio, nada hay que permita coincidencia.
Si este fenómeno se observa en la judicatura (que también lo podemos observar) el panorama se vuelve dantesco. El derecho se aplica “según aconseje la jugada”. ¿Les parece ésta una definición apta para el término “justicia”?
Poco a poco, los que nos aferramos a nuestros principios como un náufrago a un madero, nos vamos convirtiendo en un grupo marginal.
Las cosas están de tal manera - la política es percibida por la sociedad como algo tan sucio - que muy pocos son los hombres de “principios” que se atreven a chapotear en la ciénaga de la representación política.
Y los que se lanzan a esas aguas hediondas reciben, además, un apoyo tan exiguo de la minoría pensante que les respalda, que rara vez consiguen superar el perverso sistema D’Hont. Porque la masa es rebaño por naturaleza y no atiende a razones sino a sentimientos (sobre todo a los negativos).
Ayer la propuesta de UPN sobre tomarse con un poquito más de calma lo de la nueva ley de legalización del parricidio (lo del aborto, para entendernos) fue desestimada con los votos de los de siempre.
Una vez mas la disciplina de voto, trinchera de cobardía donde las haya, se ha impuesto a las inexistentes conciencias de los votadores.
No es que me sorprenda demasiado, pero esperaba que alguno de estos representantes de solo y exclusivamente los suyos, tirara de sensatez, honestidad personal, conciencia… esas cosas que parece ser, no adornan los rechonchos cuerpos de sus señorías.
Estas votaciones deberían ser registradas con nombres y apellidos… mas que nada para que el ciudadano sepa a que atenerse cuando los oiga decir una cosa por la tele y votar otra en el congreso (lo de un tal Bono, por ejemplo).
Yo hace ya mucho tiempo que no me creo nada de lo que me cuentan estos mangantes.
¡Cómo me gustaría tener alguien a quien dar mi voto!