Con el verano por delante, las preocupaciones de los españolitos se centran en la cerveza de chiringuito playero, las noches de hotel gratis y en el vamos a ver como lo hacemos para darnos el verano padre sin gastar demasiado.
Lo de no gastar demasiado viene, sobre todo, por la negativa de los bancos a conceder créditos alegremente... si estuviésemos en otra situación, los españolitos se empeñarían hasta las cejas para hacer ese viaje "todo incluido" al Caribe, por poner un ejemplo.
Siempre hay algún país miserable con hoteles de cinco estrellas en donde sentirse millonario a un precio asequible.
Lo demás queda aparcado hasta septiembre, y los problemas, al tiempo que cesa la actividad parlamentaria, dejan de existir... y cada año que pasa, sumido en la paz de nuestros tórridos veranos castellanos, me pregunto si será la actividad parlamentaria - y no otra cosa - la que genera los problemas que nos estresarán cuando, con el otoño en puertas, el "síndrome post-vacacional" llene las consultas de los psiquiatras.
La pandemia del hedonismo, única enfermedad globalizada en occidente, es muy difícil de erradicar, porque cuando sus desoladores efectos se manifiestan en la vacuidad del alma, se combaten con química... y esta infección, que surge de lo más intangible del ser humano, no la puede vencer la industria farmacéutica.
Cené ayer en casa de unos amigos y al regresar a mi madriguera, a altas horas de la noche, pasé junto a uno de esos "botellones" en los que adolescentes y adolescentas (jerga bibianesca) se concentraban en la tarea de subir hasta límites impredecibles la cantidad de alcohol en sangre. Llegar a casa con una torrija de las que hacen época son los objetivos a alcanzar durante el fin de semana... la confortable desinhibición del alcohol, recurso de los tímidos desde que el hombre es hombre, da paso a la excarcelación de la bestia interior en apenas unas horas.
La alteración voluntaria de la realidad, alcanzada mediante el escapismo etílico pasará - dentro de unos cuantos años - una onerosa factura a estos muchachos y a la sociedad que, ajena a su obligación, evita afear esta absurda y autodestructiva conducta.
Nuestra juventud es incapaz de mantener las calles limpias y el mobiliario urbano intacto... como ya han roto sus juguetes, ahora rompen los de todos. Sumidos en una eterna infancia, toda responsabilidad les es ajena.
Esta lucha de cigarras contra hormigas hace tiempo que la están perdiendo las hormigas.
Los felices años veinte dieron paso a una crisis económica primero y a la Segunda Guerra Mundial después... y todo en una década y media.
Al terminar el conflicto, Occidente presenció el trauma colectivo de una generación completa... y muchos años de penuria, dolor y odio.
Hoy que el impenitente sol me acorrala en mi escritorio, frente a la promesa enriquecedora de un folio en blanco, me pregunto si estaremos viviendo los felices veinte... ¿Qué pasará cuando nos quiten "lo bailao"?