No estoy de acuerdo con muchas de esas ideas sobre las que se sustenta esta sociedad en que vivimos.
Con una de las que estoy más en desacuerdo es esa que dice que en una sociedad justa, todos tenemos derecho a la educación. Y no estoy de acuerdo porque creo que esta frase debería enunciarse de otra manera, a saber: en una sociedad justa, todo el que quiera estudiar, debe poder hacerlo. Aparentemente he dicho la misma cosa, pero no es así.
Mis hijos han ido a la escuela pública y han tenido que convivir con chavales que tenían un expediente académico digno de un ministro del PSOE.
En su clase, el último curso de la ESO, mi hijo compartía pupitre con un par de macarras que le sacaban cuatro o cinco años y que, además, eran los chulitos del instituto.
Estos pencos habían repetido curso un numero de veces intolerable, manifestando de forma inequívoca su propósito de no estudiar... pero como la ley dice que “tienen derecho y obligación”, mis impuestos se destinaban a que estos gandules perdiesen el tiempo y – de paso – maleasen a algún que otro chaval mas jovencito.
Aplicar este principio de derecho educativo a las acémilas, conduce a esa otra burrada que dice que con cuatro asignaturas suspendidas se puede pasar de curso... se conoce que para estos linces de la pedagogía, un chaval que no haya sido capaz de aprobar un curso, podrá aprobar un curso más difícil y cuatro asignaturas del anterior sin ningún problema.
Todo esto parte de la negación de una realidad que para mi es incuestionable: que no todos somos iguales.
Vivimos en una sociedad que asume que no todo el mundo vale para jugar al fútbol, pero que le cuesta un trabajo enorme asumir que haya gente que no sirva para estudiar.
Además, que un señor no sirva para estudiar, no quiere decir que no sirva para nada. Seguro que hay algo que puede hacer correctamente para ganarse la vida... tal vez algo que incluso le guste.
En los últimos años el instituto de mi pueblo ha recibido una enorme cantidad de hijos de inmigrantes. Estos muchachos tenían una base educativa muy dispar, pero estaban en la misma clase, porque separarlos hubiese sido “racismo”... y eso – al final – se ha traducido en fracaso escolar.
He conocido a una muchacha rumana, amiga de mi hija, que le daba sopa con ondas a cualquier estudiante español en disciplinas tales como el álgebra o la física, y que aprendió a expresarse perfectamente en español en un año escaso... y he conocido muchachitos procedentes de Marruecos o de algunos países de hispanoamérica que eran incapaces de hacer una multiplicación, pero que estaban estudiado las mismas matemáticas mi hijo.
La frustración con la que estos chavales se enfrentaban a los estudios solo podía compararse con la que se producía en sus profesores al ver que no avanzaban ni a tiros.
Estos muchachos, deberían haber pasado por unas aulas especiales que los pusiesen “al día” antes de incorporarlos a nuestro sistema educativo. En lugar de eso, los profesores, directamente, bajaron el nivel de exigencia, perjudicando a los que llevaban su ritmo normal de aprendizaje.
En una visita a una cadena de radio, un estudiante de periodismo (creo que estaba en tercero) a la pregunta de cual era el mejor libro que había leído, contestó sin dudar que una biografía de Zidane. Y posiblemente dijese la verdad, pero poniendo de manifiesto el limitado numero de libros que habían pasado por sus ojos (en una carrera donde se supone que los estudiantes trabajan con la palabra).
Este desastre educativo donde el mérito carece de asiento, produce al “homo manifestantis”... ese joven que no sabe hacer la “o” con un canuto y se traga en crudo, sin anestesia, las ruedas de molino con las que la maquinaria de agitación de la zarrapastra le hace comulgar.
A Wert no le van a perdonar que se haya propuesto erradicar esa basura de “educación para la ciudadanía” con la que pretendían adoctrinar a nuestros hijos... por eso los disturbios han empezado en “educación”, pero el fuego se va a propagar a otros campos.
La policía – consciente del poco respaldo que tiene de sus gobernantes - está aguantando con una paciencia digna de Job... y esto hará que la violencia de los manifestantes vaya “in crescendo”.
Y en esto de Valencia, o el PP se pone las pilas con el orden público y los jueces se dedican a encarcelar a los agitadores profesionales y a sus borregos o vamos a tener, al final, que liarnos a palos con ellos los contribuyentes.
Y eso es muy desagradable, pero forma parte de los objetivos de la izquierda en España.
Y ¿qué es lo que persigue la izquierda? - dirá usted.
Yo se lo explico: obtener en la calle – a sangre y fuego - lo que no han conseguido en las urnas.