A diferencia de mucha otra gente, yo no me tengo que hacer perdonar el hecho de que Franco muriese en la cama.
Franco murió cuando yo entraba en la adolescencia y, aunque me lo hubiese propuesto, mi aportación a la lucha “antifranquista” hubiese sido nimia.
Siempre he dicho que para dedicarse a las revoluciones, la evangelización, el proselitismo o cualquier otra actividad relacionada con la modificación de las sociedades, hay – forzosamente – que disponer de tiempo libre.
No es extraño que los líderes y lideresas de todas estas luchas sociales sean gente acomodada, con los garbanzos a buen recaudo, e, incluso, con implicación personal en los regímenes que dicen querer derrocar.
Porque cuando uno tiene que trabajar como un cabrito para sacar a su familia adelante, se lo aseguro, queda poco tiempo para aventuras revolucionarias y elaboración de filosofías.
En España, el PSOE, que cuando murió Franco no era un movimiento más significativo que la asociación de vecinos de la calle cruces (en esa época el que partía el bacalao era el PCE) se nutrió de niños bien del régimen anterior.
Esta transición tan estupenda que hicimos, la puso en marcha y la mantuvo en pie la misma gente que sirvió activamente en las filas del tardofranquismo.
No hay mas que hacer un breve repaso a las profesiones que ejercieron los papás de los miembros de nuestros últimos gobiernos para caer en la cuenta de que ninguno de nuestros actuales Padres de la Patria pasó en esa época de “dura lucha” penalidad alguna.
Por norma general, yo así lo recuerdo, la lucha contra el franquismo consistía en no ir a clase, correr delante de los grises y llevarse – de higos a brevas - un porrazo en una nalga... eso sí, con mucho glamour y veraneando en Benidorm.
Y no digo que no hubiese quien las pasase canutas... digo que fueron muchos menos de los que dicen ser.
Estos perros con colección privada de collares, fueron los que al morir Franco, saquearon los restos del naufragio y se posicionaron para dar continuidad a la actividad familiar, eso si, en otro ambiente mas laxo que les permitiese, sobre la base de una ideología justificativa, enriquecerse para tres generaciones sin que nadie pudiese abrir la boca para criticar a un “luchador por la democracia”.
El que quiera informarse de cómo era el personal en esa época puede repasar un librito muy ligero de Vizcaíno Casas que se titula “De Camisa Vieja a chaqueta nueva”, donde el genial escritor valenciano hace una descarnada descripción de “los mendas” que montaron este tinglado.
Para bién o para mal, yo me he criado en el mundo que han costruido “los antifranquistas” y, que quieren que les diga, no puedo quitarme de encima la sensación de que la ruina a la que nos han conducido va a hacer que en los próximos años (quizá generaciones) en España vivamos peor que vivieron nuestros padres bajo el régimen opresor.
Me produce una enorme sorpresa encontrar antifranquistas en gente de mi edad o en gente a la que saco diez o doce años.
Sin duda serán, como mucho, antifranquistas teóricos o antifranquistas filosóficos, porque lo que se dice “padecer” la opresión del Movimiento, no creo que la hayan padecido ni mucho, ni poco.
Por otra parte, tradicionalmente, la lucha contra las dictaduras feroces se hace “extramuros”, porque los malvados secuaces del régimen, si estamos en una dictadura “comme il faut”, desbaratan a todo el que levanta la voz “intramuros” (miren Cuba, por ejemplo, donde la oposición al régimen está mayoritariamente exiliada)... eso me hace pensar que esta feroz dictadura, opresora y asesina que hemos padecido en España, fue – cuando menos – muy negligente con sus obligaciones dictatoriales, porque la cantidad de antifranquistas que salieron vivos, incluso bien acomodados, de tan espantoso régimen se cuentan por millones.
A los que robaron en tiempos de Franco no llegué a conocerlos, pero a los que me han estado robando en la democracia, si... mi “memoria histórica”, a diferencia de la de los progres, abarca hechos de los que puedo dar fe.
No me tengo que hacer perdonar que Franco muriese en la cama del mismo modo que no siento necesidad de hacerme perdonar que Zumalacárregui muriese por culpa de un disparo en una pierna. No soy “antifranquista”, soy “antichorizos”... y pienso que en España – hoy en día – sobran de los primeros y faltan de los segundos.