La diferencia entre los españoles de diverso signo se encuentra – frecuentemente – en el subconsciente.
Así, cuando yo, por ejemplo, pienso en la palabra “republica”, me viene a la cabeza Francia, mientras que a Gasparín y sus secuaces les viene a la cabeza la extinta URSS.
Lo mismo sucede con muchas otras cosas.
Democracia, para los atapuercos, significa que manden ellos, puesto que si no mandan ellos, ni esto es democracia ni hay “legitimidad” política.
El término “autodeterminación” significa, para mí, “allá te las compongas”, pero para Arturito el del tupé significa “vacaciones pagadas”.
La izquierda española (que es la que conozco) pervierte el lenguaje para anestesiar al rebaño.
Con frecuencia se les oye decir que tal o cual palabra es “muy fuerte” para definir determinada situación... cuando lo que habría que dirimir es si la situación se puede definir con el vocablo o no.
Traición, probablemente, sea “muy fuerte” para definir lo que está haciendo Arturito, pero indudablemente, si hay en el diccionario una palabra que defina con nitidez la actitud del califa catalán es esa.
Antes, el que se quedaba con o que no era suyo recibía el nombre de ladrón, pero desde que “el dinero público no es de nadie”, encontrar a un ladrón es complicadísimo.
Y lo mismo sucede con “prevaricación”, “falsedad documental”, “usurpación de funciones”, “desobediencia” (como delito), etc.
Han conseguido, con el paso del tiempo, crear un diccionario sedante que se apoya en el deseo que la gente tiene de no violentarse con las cosas que suceden.
Quien sabe, a lo mejor lo que pasa en España acaba arreglándolo la RAE.