Como ya he contado otras veces, mi infancia se desarrolló en lo que los cursis llaman el tardofranquismo.
Viví en una Cataluña con un floreciente nacionalismo en la que cualquier cosa que se hiciese contra “el régimen” era apoyada, activa o pasivamente, por la misma cobarde mayoría que hoy es incapaz de oponerse al sectarismo de los neoestalinistas catalanes.
Uno de los pilares de la difusión del catalanismo fue, sin duda, la comunidad diocesana.
En la parroquia de mi barrio, la que quedaba mas cerca de mi casa, donde fue catequista mi madre, donde aprendí el oficio de monaguillo y recibí la confirmación (la primera comunión la tomé en la capilla de mi colegio), los curas eran catalanistas hasta el tuétano.
Tenían un grupo de excursionismo, actividad que tenía una cantidad enorme de adeptos en mi Barcelona natal, donde se fomentaban y difundían los valores catalanistas y se “reeducaba” a los chavales.
Mi hermano mayor tuvo que dejar el grupo por ese tema y yo nunca llegué a formar parte de él por el mismo motivo.
A la postre dejamos de acudir a nuestra parroquia para ir a misa a otro templo que estaba un poco mas lejos pero tenía la ventaja de que en él los sacerdotes se limitaban a hablar de Dios... seguramente porque en la orden no había curas catalanes.
Nosotros cambiamos de templo... pero muchos feligreses, simplemente, dejaron de ir a misa.
Los seminarios se fueron vaciando, y durante mucho, mucho tiempo, cuando he vuelto a Barcelona a visitar a los miembros de mi familia que siguen residiendo allí, he visto las misas dominicales repletas de morituris... esta tendencia – gracias a Dios – ha empezado a cambiar, pero hay toda una generación de agnósticos por obra de estos sacerdotes “comprometidos”.
Para mas INRI, la filiación política de esa generación de curas, se aproximó paulatinamente a la izquierda - agnóstica por naturaleza - consiguiendo poquísimas conversiones entre sus militantes y espantando a los feligreses que por tradición familiar o entorno cultural, podían haber tenido cierto interés en pertenecer a comunidad diocesana.
He tenido que soportar desde chico, en boca de profesores de religión (generalmente seminaristas), sandeces como la de que Jesús de Nazaret fue el primer comunista... y contemplar atónico como se arrojaban entusiasmados en brazos de las teologías equívocas de cualquiera (holandés o no) que tratase de distanciarse de Roma.
A los curas vascos les ha pasado lo mismo... han pasado su vida sembrando odio y recogiendo como fruto una comunidad cristiana menguante.
No han cumplido con su obligación.
Y es una pena, porque si hay un sitio en España donde el personal estaba por la labor de hacerles caso, eran las vascongadas.
Perdieron su oportunidad de transmitir la Palabra de Dios, de sembrar amor, comprensión, paz, tolerancia, caridad... y ahora, cuando contemplan las cenizas de las hogueras que prendieron, no se ven con fuerzas para desdecirse, para empezar a construir el Reino de Dios en la tierra, para sanar una sociedad que está profundamente enferma.
Y firman manifiestos de protesta, como si el capitán pudiese decidir quien va a mandar su regimiento... han perdido el norte.
¿Se puede, con estos mimbres, sostener la Iglesia vasca?
Yo creo que no. ¿A usted que le parece?
Viví en una Cataluña con un floreciente nacionalismo en la que cualquier cosa que se hiciese contra “el régimen” era apoyada, activa o pasivamente, por la misma cobarde mayoría que hoy es incapaz de oponerse al sectarismo de los neoestalinistas catalanes.
Uno de los pilares de la difusión del catalanismo fue, sin duda, la comunidad diocesana.
En la parroquia de mi barrio, la que quedaba mas cerca de mi casa, donde fue catequista mi madre, donde aprendí el oficio de monaguillo y recibí la confirmación (la primera comunión la tomé en la capilla de mi colegio), los curas eran catalanistas hasta el tuétano.
Tenían un grupo de excursionismo, actividad que tenía una cantidad enorme de adeptos en mi Barcelona natal, donde se fomentaban y difundían los valores catalanistas y se “reeducaba” a los chavales.
Mi hermano mayor tuvo que dejar el grupo por ese tema y yo nunca llegué a formar parte de él por el mismo motivo.
A la postre dejamos de acudir a nuestra parroquia para ir a misa a otro templo que estaba un poco mas lejos pero tenía la ventaja de que en él los sacerdotes se limitaban a hablar de Dios... seguramente porque en la orden no había curas catalanes.
Nosotros cambiamos de templo... pero muchos feligreses, simplemente, dejaron de ir a misa.
Los seminarios se fueron vaciando, y durante mucho, mucho tiempo, cuando he vuelto a Barcelona a visitar a los miembros de mi familia que siguen residiendo allí, he visto las misas dominicales repletas de morituris... esta tendencia – gracias a Dios – ha empezado a cambiar, pero hay toda una generación de agnósticos por obra de estos sacerdotes “comprometidos”.
Para mas INRI, la filiación política de esa generación de curas, se aproximó paulatinamente a la izquierda - agnóstica por naturaleza - consiguiendo poquísimas conversiones entre sus militantes y espantando a los feligreses que por tradición familiar o entorno cultural, podían haber tenido cierto interés en pertenecer a comunidad diocesana.
He tenido que soportar desde chico, en boca de profesores de religión (generalmente seminaristas), sandeces como la de que Jesús de Nazaret fue el primer comunista... y contemplar atónico como se arrojaban entusiasmados en brazos de las teologías equívocas de cualquiera (holandés o no) que tratase de distanciarse de Roma.
A los curas vascos les ha pasado lo mismo... han pasado su vida sembrando odio y recogiendo como fruto una comunidad cristiana menguante.
No han cumplido con su obligación.
Y es una pena, porque si hay un sitio en España donde el personal estaba por la labor de hacerles caso, eran las vascongadas.
Perdieron su oportunidad de transmitir la Palabra de Dios, de sembrar amor, comprensión, paz, tolerancia, caridad... y ahora, cuando contemplan las cenizas de las hogueras que prendieron, no se ven con fuerzas para desdecirse, para empezar a construir el Reino de Dios en la tierra, para sanar una sociedad que está profundamente enferma.
Y firman manifiestos de protesta, como si el capitán pudiese decidir quien va a mandar su regimiento... han perdido el norte.
¿Se puede, con estos mimbres, sostener la Iglesia vasca?
Yo creo que no. ¿A usted que le parece?