Cuando en los dominios de España no se ponía el sol, las cosas sucedían a una velocidad tal que meditar una decisión durante un mes, era posible... yo diría que no sólo era posible, sino que además era inevitable y – si me aprietan – muy conveniente, porque las distancias que separaban los sucesos, la frecuencia con que llegaban las noticias, el tiempo que transcurría desde que se tomaba una decisión hasta que desembarcába un Tercio, obligaban a los gobernantes a mirar lo mas lejos posible, a analizar las consecuencias, a sopesar los gastos...
Hoy en día las distancias no existen y las comunicaciones son instantáneas... lo que antes pasaba desapercibido, o tardaba meses en llegar a la otra parte del mundo, hoy está colgado de Internet en cuestión de minutos.
Cualquier decisión puede ponerse en práctica (si se es medianamente previsor) en cuarenta y ocho horas... y las decisiones se toman de un día para otro, sin meditarlas demasiado, sin prever las consecuencias o tirando de probabilidades para asumir riesgos.
En este complejo mundo, las élites destinadas a tomar las decisiones por nosotros deben ser eso: élites, porque es evidente que una decisión desacertada puede poner en peligro los próximos veinticinco años de relaciones diplomáticas y enemistar a dos pueblos durante un siglo.
Hasta aquí – supongo – estamos todos de acuerdo.
El problema que tenemos en España deriva, entre otras cosas, de los dos elementos comentados: la falta de tiempo y la carencia de élites decisorias.
Cuando la política exterior de un país está en manos de indocumentados lo verdaderamente dificil es que las decisiones sean acertadas... porque la diferencia entre un estadista (lo deseable) y un demagogo (lo que tenemos) radica en el plazo de tiempo afectado por las decisiones.
Como nuestra masa de politicos del modelo “a-ver-lo-que-trinco” vive inmerso en un “cortoplacismo” que rara vez supéra las próximas elecciones, no podemos pedirles que tomen decisiones que nos “posicionen” (cambien nuestra posición relativa en el mundo) en los proximos diez o quince años.
De hecho lo que hacen hoy lo desharán pasado mañana, negando, por supuesto, que dijesen antes de ayer lo contrario que hoy afirman.
El esperpento del Alakrana es un ejemplo “de libro” de como se puede naufragar (valga el simil) en política exterior por una brecha de incompetencia bajo la línea de flotación.
La sensación que tenemos todos es que la gestión ha sido errática, lenta y mal dirigida... y eso es algo que vamos a pagar los proximos diez años.
Yo no sé como deberían llevarse estas cosas... no me considéro capacitado para asumir determinadas responsabilidades, pero hay algo cuya evidencia no puede ocultarse: que ellos tampoco.
Lo que tienen se llama miopía... y permite ver de cerca a costa de no poder ver de lejos.
Hoy en día las distancias no existen y las comunicaciones son instantáneas... lo que antes pasaba desapercibido, o tardaba meses en llegar a la otra parte del mundo, hoy está colgado de Internet en cuestión de minutos.
Cualquier decisión puede ponerse en práctica (si se es medianamente previsor) en cuarenta y ocho horas... y las decisiones se toman de un día para otro, sin meditarlas demasiado, sin prever las consecuencias o tirando de probabilidades para asumir riesgos.
En este complejo mundo, las élites destinadas a tomar las decisiones por nosotros deben ser eso: élites, porque es evidente que una decisión desacertada puede poner en peligro los próximos veinticinco años de relaciones diplomáticas y enemistar a dos pueblos durante un siglo.
Hasta aquí – supongo – estamos todos de acuerdo.
El problema que tenemos en España deriva, entre otras cosas, de los dos elementos comentados: la falta de tiempo y la carencia de élites decisorias.
Cuando la política exterior de un país está en manos de indocumentados lo verdaderamente dificil es que las decisiones sean acertadas... porque la diferencia entre un estadista (lo deseable) y un demagogo (lo que tenemos) radica en el plazo de tiempo afectado por las decisiones.
Como nuestra masa de politicos del modelo “a-ver-lo-que-trinco” vive inmerso en un “cortoplacismo” que rara vez supéra las próximas elecciones, no podemos pedirles que tomen decisiones que nos “posicionen” (cambien nuestra posición relativa en el mundo) en los proximos diez o quince años.
De hecho lo que hacen hoy lo desharán pasado mañana, negando, por supuesto, que dijesen antes de ayer lo contrario que hoy afirman.
El esperpento del Alakrana es un ejemplo “de libro” de como se puede naufragar (valga el simil) en política exterior por una brecha de incompetencia bajo la línea de flotación.
La sensación que tenemos todos es que la gestión ha sido errática, lenta y mal dirigida... y eso es algo que vamos a pagar los proximos diez años.
Yo no sé como deberían llevarse estas cosas... no me considéro capacitado para asumir determinadas responsabilidades, pero hay algo cuya evidencia no puede ocultarse: que ellos tampoco.
Lo que tienen se llama miopía... y permite ver de cerca a costa de no poder ver de lejos.