De cuando en cuando tengo oportunidad de compartir café y charla con Don José Luis, un cura castrense en la reserva a quien los años han dado – contrariamente a lo que cabe esperar de los años – un carácter afable y una conversación amena.
Don José Luis tampoco comprende lo que está pasando en España.
No le sorprende, (para sorprender a un manchego hay que hacer mucha gimnasia), pero no le gusta y –como a muchos de nosotros – le preocupa.
Porque en España las cosas van tomando una deriva que nos marca un rumbo, cuando menos, inquietante… y todo está confuso y revuelto.
Uno de los temas de conversación de nuestra última charla fue la desazón que nos producía a ambos la indefinición de los que, por el espectro político que ocupan, deberían estar por la labor de defender los principios morales de occidente.
Y esa actitud de ponerse de perfil ante los grandes males que nos aquejan como sociedad (entre los cuales está también la economía), resulta incomprensible cuando el granero de votos lo obtiene de gente que desea que se defiendan esos principios.
Más preocupante que la radicalización de la progresía resulta el reblandecimiento de los conservadores… la progresía, al fin y al cabo, no hace otra cosa distinta a lo que ha hecho siempre (ya sólo engañan al que quiere que le mientan), pero la renuncia expresa que la derecha está haciendo de los valores patrios y cristianos es para echarse a temblar.
Salvo honrosas y esperanzadoras excepciones, lo normal es que ante una cuestión de peso moral, el político del PP responda con una retórica indefinida y hueca que lleva a muchos de nosotros a preguntarnos de que lado está.
Tal vez piensen que la equidistancia moral que proporciona el centro político les va a hacer ganar votantes de la izquierda moderada… si es que se pueden poner las palabras "izquierda" y "moderada" en la misma frase.
Si piensan eso, desde luego, se están columpiando de lo lindo.
Admito que prefiero creer que nuestros políticos de derechas están cometiendo errores tácticos, a constatar que la derecha en España ha empezado a asumir las tesis de la muy moderna y mediática progresía… porque si eso es así, nos vamos a quedar huérfanos de voto.
Y eso, en un país en el que cuando tocan a rebato electoral la mitad del personal se queda en casa, no augura nada bueno ni – desde luego - deseable.
Porque los que siempre van a votar son esa izquierda monobloque de mangas anchas y cortas luces. Votan como hooligans, y votan – Don Mariano – a cualquiera antes que a usted… porque el odio a lo que usted debería representar, lo llevan en la masa de la sangre.
Y en esas estamos…
Por ello, que el PP haya cedido a las presiones de Derecho a Vivir y haya recomendado la asistencia de sus militantes a la manifestación del 17 de octubre, desconvocando la reunión de partido que tenían planeada ese fin de semana, ha sido - a mi juicio - un paso en la dirección adecuada.
¿Qué como lo sé?, porque El País, La Vanguardia y Público se han descolgado con airados artículos echando en cara a Mariano que apoyase la manifestación y tachando de "ultracatólicos" a los que, simplemente, estamos en contra de los genocidios.
Si El País, La Vanguardia y Público se mosquean, vamos por buen camino…
¿No les parece?
Don José Luis tampoco comprende lo que está pasando en España.
No le sorprende, (para sorprender a un manchego hay que hacer mucha gimnasia), pero no le gusta y –como a muchos de nosotros – le preocupa.
Porque en España las cosas van tomando una deriva que nos marca un rumbo, cuando menos, inquietante… y todo está confuso y revuelto.
Uno de los temas de conversación de nuestra última charla fue la desazón que nos producía a ambos la indefinición de los que, por el espectro político que ocupan, deberían estar por la labor de defender los principios morales de occidente.
Y esa actitud de ponerse de perfil ante los grandes males que nos aquejan como sociedad (entre los cuales está también la economía), resulta incomprensible cuando el granero de votos lo obtiene de gente que desea que se defiendan esos principios.
Más preocupante que la radicalización de la progresía resulta el reblandecimiento de los conservadores… la progresía, al fin y al cabo, no hace otra cosa distinta a lo que ha hecho siempre (ya sólo engañan al que quiere que le mientan), pero la renuncia expresa que la derecha está haciendo de los valores patrios y cristianos es para echarse a temblar.
Salvo honrosas y esperanzadoras excepciones, lo normal es que ante una cuestión de peso moral, el político del PP responda con una retórica indefinida y hueca que lleva a muchos de nosotros a preguntarnos de que lado está.
Tal vez piensen que la equidistancia moral que proporciona el centro político les va a hacer ganar votantes de la izquierda moderada… si es que se pueden poner las palabras "izquierda" y "moderada" en la misma frase.
Si piensan eso, desde luego, se están columpiando de lo lindo.
Admito que prefiero creer que nuestros políticos de derechas están cometiendo errores tácticos, a constatar que la derecha en España ha empezado a asumir las tesis de la muy moderna y mediática progresía… porque si eso es así, nos vamos a quedar huérfanos de voto.
Y eso, en un país en el que cuando tocan a rebato electoral la mitad del personal se queda en casa, no augura nada bueno ni – desde luego - deseable.
Porque los que siempre van a votar son esa izquierda monobloque de mangas anchas y cortas luces. Votan como hooligans, y votan – Don Mariano – a cualquiera antes que a usted… porque el odio a lo que usted debería representar, lo llevan en la masa de la sangre.
Y en esas estamos…
Por ello, que el PP haya cedido a las presiones de Derecho a Vivir y haya recomendado la asistencia de sus militantes a la manifestación del 17 de octubre, desconvocando la reunión de partido que tenían planeada ese fin de semana, ha sido - a mi juicio - un paso en la dirección adecuada.
¿Qué como lo sé?, porque El País, La Vanguardia y Público se han descolgado con airados artículos echando en cara a Mariano que apoyase la manifestación y tachando de "ultracatólicos" a los que, simplemente, estamos en contra de los genocidios.
Si El País, La Vanguardia y Público se mosquean, vamos por buen camino…
¿No les parece?