La reunión de la Comunidad de Propietarios se pudo poner en marcha en segunda convocatoria.
Como era de esperar, en primera convocatoria no había quorum y, pese a que en el breve intervalo de tiempo que separaba la primera de la segunda sólo se personaron dos vecinos más, se pudo empezar la reunión sin alcanzar la presencia vecinal exigida en primera instancia.
Tras una breve exposición de los temas a tratar se dio la palabra a los vecinos...
La reunión que tenía prevista una duración de cuarenta minutos superó las dos horas, y sólo se pudo alcanzar un acuerdo sobre uno de los seis puntos del Acta de Convocatoria.
Uno de los cinco puntos restantes no se aprobó (algo que en cierto modo tambien es un acuerdo) y los demás sufrieron dilaciones temporales que navegaban entre consultas legales y solicitud de nuevos presupuestos.
Las decisiones necesarias para acometer los problemas que motivaron la reunión siguieron en el limbo de las decisiones no tomadas, y los problemas, que ya eran de urgente resolución, pasaron a adquirir el status de acuciantes.
Con eso y todo, lo peor fue tener que soportar las intervenciones de los vecinos.
Hubo de todo.
Desde el vecino cuya única finalidad era demostrar lo cualificado que estaba y lo mucho que sabía de los temas tratados, sin - por supuesto - aportar nada a la solución, hasta el que parecia dispuesto a poner en solfa hasta la ubicación de los meridianos.
Se discutió de lo lindo con un acaloramiento que rozaba la pelea de gallos y, una vez mas, se obtuvo el resultado deseado: no hacer nada.
Salvo que usted viva en mitad de un páramo, en lo que ahora se denomina una vivienda unifamiliar, habrá sufrido experiencias similares a las que describo.
No sé si en el resto del mundo sucede lo mismo, ya que mis conocimientos al respecto se limitan a España, a la Ley de Propiedad Horizontal, y - dentro de ella - sólo en aquello que afecta al Presidente de una Comunidad de Propietarios, cargo que desempeñé en mi urbanización en una época de mi vida en la que tenía mas ánimo que cabeza... pero me dá que no.
Me dá que en España, dada nuestra particular configuración genética, lo de tomar decisiones mancomunadas es algo que - de haberlo sabido Dante - lo habría incluido en algún círculo del Infierno (entre el cuarto y el quinto probablemente).
Han pasado ya nueve días desde que se manifestó la "voluntad popular" en materia de euro-parlamentarios, taifas autonómicas y ayuntamientos.
En estos nueve días nuestros representantes electos han dejado claro que en materia de interpretación de nuestra voluntad van de suspenso.
Tal y como se ha planteado la campaña electoral, daba la sensación de que Ciudadanos estaba por la labor de echar a la izquierda radical (que es aquella parte de la izquierda que vá desde Pedro Sánchez hasta Josu Ternera) de las instituciones... pero parece que la inapelable realidad aritmética les está haciendo cambiar de opinión.
La voluntad de los españoles que votaron a Ciudadanos era, insisto, poner coto a los desmanes del recién creado Frente Popular... y creo que los que votaron al PP y - con más énfasis en ello - los que votaron a Vox, tenian la misma intención.
De modo que cuando Ciudadanos se pone a trazar lineas rojas con sus posibles aliados, le está tomando el pelo a sus votantes.
Es así.
Por otro lado, Vox solicita ser escuchado y que se tengan en cuenta algunas de sus propuestas... y no me parece descabellado que intente hacer valer la voluntad de sus dos millones y medio de votantes.
Creo que - en este caso - Vox no pide nada raro.
Otra cosa será que las negociaciones den mas o menos fruto... pero negociaciones tiene que haber.
De modo que si las esperanzas de llegar a un acuerdo que expulse a la izquierda depredadora de las instituciones se truncan, el responsable va a ser el que se niega a hablar, ¿no le parece?
A ver si al final, ademas de extrema-izquierda y extrema-derecha, vamos a tener que empezar a hablar de extremo-centro.