Como dice mi admirado Aquilino, la corrupción es el lubricante de las democracias...
No debemos escandalizarnos por ello.
Ortega y Gasset decía que tendemos a tomar como referencia el "ideal" en vez de centrarnos en el "arquetipo".
El "ideal" de político es ese hombre honesto, padre de ejemplar, deseoso de llevar el bien a la sociedad con su inagotable esfuerzo... el "arquetipo" es el principe de Maquiavelo.
Hacemos mal en exigir a nuestra clase política que sea honesta y desinteresada.
Es un error pretender que anteponga nuestros intereses a sus ambiciones.
Es de ilusos pensar que, en la España de los sufragios, donde los gestos dramáticos importan mas que los programas políticos (que nadie lee), donde se apela al miedo y al odio para obtener el voto, donde el cumplimiento de las promesas electorales es una utopía que nadie está dispuesto a alcanzar, podamos tener políticos de altura.
Yo no me asombro ni me escandalizo cuando me entero que Jose Luis Rodriguez Zapatero empezó a negociar con ETA durante el Gobierno de Aznar, ni que le ofreció (como así ha venido siendo) toda suerte de prebendas entre las cuales estaba la innecesaria legalización de Bildu, el acercamiento de los asesinos vascos, la liberación de sus mas sanguinarios dirigentes, el entorpecimiento de las labores policiales en España y Francia, el estudio de una forma alternativa de financiación para la banda terrorista, etc.
No me asombro.
Lo que me asombra es que tras conocerse estos hechos no se produzca reacción alguna.
Durante los años que pasé en Sevilla en no pocas ocasiones, ante la evidencia de que se estaban cometiendo tropelías por parte de la Junta de Andalucía, di con bastante gente que justificaba esa corrupción.
Cuando les acorralabas dialécticamente, ante la imposibilidad de argumentar a favor de cualquier desmán, terminaban diciendo aquello de que "ya era hora de que robasen un poco los míos".
Los míos.
Porque cuando se cruza el Rubicón de identificarse con unas siglas, con una ideología, hasta el extremo de aceptar mansamente cualquier cosa que hagan sus representantes, de dar por buena la prevaricación cuando la cometen mis amigos, pasa uno de testigo a cómplice.
Somos nosotros los que, acostumbrados al abyecto comportamiento de nuestros políticos, hemos ido bajando el listón de nuestras exigencias... hemos aceptado que nos roben y que nos mientan porque, seamos sinceros, ya ni siquiera nos engañan, sólo nos mienten.
No es la corrupción.
Es la renuncia a combatirla lo que nos conduce al abismo.