Me dice Juan – y no le falta razón – que el problema en Cataluña es de índole afectivo, de materia sentimental… y que por lo tanto, tratar de convencer a los desafectos con argumentos racionales no lleva a ninguna parte.
Y hasta ahí no puedo sino darle la razón.
A los independentistas estar dentro o fuera de Europa les importa una higa, que Cataluña entre en una crisis económica de quince o veinte años tampoco parece preocuparles en exceso, que sus dirigentes sean unos ladrones confesos se las trae al pairo, que lo que están haciendo sea ilegal, antidemocrático o – simplemente – suicida, tampoco les conmueve lo mas mínimo. Ningún argumento racional les afecta.
Ellos son todo sentimiento.
Una parte notable de catalanes se ve afectado por un sentimiento concreto: el odio.
El odio a los españoles y a todo lo que recuerde, suene o parezca español.
Otra parte importante de catalanes no es independentista pero tampoco siente un especial afecto por España… admite hasta cierto punto las tesis separatistas y se ha tragado un buena parte de esa bazofia histórica inventada acerca de los “agravios” que los españoles hemos hecho (parece ser) a Cataluña. No quieren separarse de España (entienden que eso no es razonable) pero jamás moverán un dedo para enfrentarse al separatismo. Son los cómplices por omisión, los pancistas de toda la vida, los que aplaudían a Franco y ahora aplauden a Mas o - simplemente - miran para otro lado y callan discretamente... debido sobre todo a que el estómago hay que llenarlo todos los días.
Y por ultimo hay una minoría que se siente española y está dispuesta a defender la españolidad de Cataluña, pero como lleva treinta y tantos años abandonada por los sucesivos “gobiernos centrales”, en estos momentos está sumida en una constatable depresión.
Proponía Juan buscar la forma de ganar los afectos, de influir en los equidistantes, de oponer sentimiento a sentimiento para combatir la desafección… y aunque en teoría puede ser el camino correcto, tal y como están las cosas, lo veo inviable.
Mi infancia y juventud en Barcelona me ha enseñado que el pragmatismo del catalán, la mítica “seny”, ya no es de aplicación en la sociedad catalana, entre otras cosas porque en Cataluña, apenas quedan catalanes.
Los catalanes de tres generaciones escasean, y los de cinco se pueden contar por docenas.
La sociedad catalana de hoy en día está compuesta principalmente por los hijos y nietos de la inmigración de los cincuenta que, dicho sea de paso, eran los que tenían hijos en un modelo familiar que escapaba a la tradicional “parelleta”, es decir, “l’hereu” y “la pubilla”… son “els nous catalans”, los que han tenido que hacerse perdonar que sus padres vinieron de Jaén, Murcia, Badajoz o La Coruña.
Esta masa de conversos que es capaz de cambiarse el apellido para catalanizarlo, son el principal obstáculo para mantener a Cataluña unida a una España que obligó a sus padres a emigrar a la “tierra de promisión catalana” ante la imposibilidad de trabajar en su patria chica.
Muchas de las sandeces que he tenido que soportar (incluso en boca de parientes) acerca de los topicazos que sobre “los españoles” circulan en mi tierra natal, han venido de gente que se avergonzaba de sus orígenes “no catalanes”.
El separatista mas rabioso de mi familia - hermano de mi madre - nació en Almería por razón de destino de mi abuelo materno, que era militar (y mallorquín)… ser andaluz de nacimiento e hijo de una sevillana, no ha sido nunca un obstáculo para afianzar su identidad de catalán de “soca y arrel”.
Llegados a este punto, la idea de que la condición de catalán se adquiere por adhesión al catalanismo y no por nacimiento, ha calado en la sociedad catalana con una fuerza increíble. De modo que aunque – como es mi caso – el abajo firmante sea catalán de quinta generación, mi falta de afecto al catalanismo me excluye de la sociedad catalana "com Deu mana"… ya saben, españolazo, botifler, charnego… vocablos inventados para demonizar a los que no comulgan con la causa.
¿Cómo vamos a volver del revés estos sentimientos?
Simplemente, no se puede.
Cuarenta años de adoctrinamiento, dos generaciones de cerebros minuciosamente manipulados en la poderosa maquinaria nacionalista, crean una situación irreversible.
Cabe esperar que futuras generaciones – por enfrentarse a las ideas de sus padres – empiecen a mirar con ojo crítico este "establishment catalanista" que está llevando a Cataluña hacia el callejón sin salida… quizá – como dice Boadella – nuestros hijos verán celebrarse un juicio de “Nuremberg-Mataró” al separatismo suicida, pero hasta entonces, todo lo que hagamos o digamos por ganarnos su afecto será empleado – no lo dude nadie – en nuestra contra.