Nacemos distintos.
Cada uno de nosotros es una combinación única de elementos que, con el paso del tiempo, se va diferenciando más de aquellos que nos rodean.
Nuestro ser se moldea en función de los padres que nos tocan en suerte, la sociedad que nos ve crecer, las vivencias personales...
Lo que somos se va cargado de referencias religiosas, culturales, sociales, familiares… referencias que nos van definiendo como el ser único que somos. No somos iguales, eso es un hecho.
No somos iguales – incluso – aunque nuestros padres sean los mismos, nuestra educación similar y la sociedad en la que crecemos la misma.
Un hombre no es igual a una mujer como tampoco una mujer es igual a otra mujer.
Somos radical e inevitablemente distintos.
En un mismo barrio, dos niños que van al mismo colegio, criados en condiciones económicas muy similares, obtienen rendimientos escolares diferentes. Uno estudia más, otro menos. Uno tira por ciencias, otro por letras…
En un mismo trabajo, dos operarios con idénticas tareas tienen niveles de productividad muy distintos. Misma labor, mismo sueldo, rendimiento diferente.
No somos iguales pero vivimos juntos.
Y aquí empieza el problema.
Porque una sociedad debe articularse sobre principios tales como la igualdad de sus componentes.
Un principio contra-natura.
Aplicado a los sexos, la igualdad no es una utopía, es una estupidez, es la negación de una evidencia tan palpable que convierte en demagogia todo lo demás.
Aplicado a la educación, una falacia.
Aplicado al trabajo una mentira.
Lo único en lo que un ciudadano debe ser igual a otro es ante la ley, o mejor dicho, ante el cumplimiento de la ley. Y aún así, nuestra indiscutible individualidad produce que ante un mismo delito se obtengan penas diferentes por las circunstancias modificadoras del los hechos, de la relación de la persona con el hecho.
Porque la justicia no es que todos tengan lo mismo, es que cada uno tenga lo que merece.
Hay que procurar que todos tengan oportunidades similares de formación, pero eso es todo.
Porque el que pudiendo estudiar no estudia, no puede tener el mismo derecho al trabajo que el que se mata a estudiar.
Las cigarras quieren que esta sociedad les dé lo mismo que a las hormigas.
En eso se resume el Socialismo.
Todos iguales aunque yo me parta el lomo mientras tú te dedicas a rascarte la entrepierna.
No hay mérito, no hay individuo, no hay esfuerzo personal... sólo rebaño.
Los piojosos que impiden que los parlamentarios trabajen en Cataluña quieren la igualdad, pero la quieren sin mérito… deberían estar estudiando y trabajando para hacer una sociedad mejor, mas justa, menos tolerante con las perversiones políticas... pero como eso significa esfuerzo, que lo haga otro, yo a mis insultos.
No soy – gracias a Dios – igual a ellos.
Ni quiero una sociedad que nos iguale.