“Erase una vez un país lejano donde la Universidad servía para dotar a las personas de una formación sólida, donde la excelencia no había que buscarla porque, simplemente, estaba allí, donde una licenciatura era un título y un doctorado una condecoración…”
Este cuento - lo admito – yo ya no lo viví.
Como tengo la misma edad que Elena Valenciano, viví las mismas visicitudes que ella y sé, como ella sabe, que los de mi quinta sufrimos la Universidad de los penenes.
Sé, como ella sabe, que los profesores faltaban a clase con una frecuencia aterradora, que siempre había manifestaciones “anti-algo” a las que acudir, que se daban aprobados generales… que estaba todo tan politizado que se olvidaban de dar formación.
Las facultades de letras se convirtieron en facultades de letrinas, porque en un país donde trabajaba todo el mundo, a la docencia se dedicaban los vocacionales (unos pocos), los que no servían para otra cosa, o los que aspiraban a divulgar el marxismo.
En mi época y en la de Elena Valenciano, las facultades y los seminarios se llenaron de tontos y tontas…
De mi quinta, una buena parte de los que no lograron superar el seminario y muchos de los que alcanzaron la licenciatura a trancas y barrancas, se dedicaron a la política.
En la política, sobre todo la “progre”, encontraron cobijo toda una caterva de incompetentes, sinvergüenzas y francotiradores que, de haberse querido ganar la vida con decencia, sólo hubiesen podido optar a un salario mínimo y, con el paso del tiempo, a uno mediocre.
La Universidad que compartimos Elena Valenciano y yo (que quieren que les diga), dejaba mucho que desear.
No quiero decir con esto que entre los de mi quinta no haya gente estupenda… sin duda las hay (y además muy preparados), pero encontrarlos entre la casta política es muy raro.
Porque en esta cleptocrácia, la zarrapastra se dio cuenta muy pronto que de “distribuidores de la riqueza” vivirían mejor que de generadores de la riqueza.
Y como con su pésima formación el esfuerzo a realizar para alcanzar una posición acorde con sus aspiraciones hubiese sido enorme, tiraron por el camino fácil.
Los demás les dejamos, es cierto.
Estábamos demasiado preocupados con sacar adelante nuestras vidas para darnos cuenta de que esta colección de sanguijuelas – como los cerdos de Orwell – se estaban haciendo con la granja.
Con el paso del tiempo hemos conseguido tener una Universidad capaz de tener un rector como Peces Barba, un ministro de Fomento que no habla correctamente el español, una ministra de igualdad que no sabe lo que es un ser humano… y lo que es peor, sin repuesto posible.
Elenita, por ejemplo, tiene un blog que es lo mas parecido que conozco a una taberna. En él junta palabritas con relativo éxito y transmite, a los masoquistas que se asoman a leerlo, profundos pensamientos acerca del rostro de Murguía o el corte de pelo de Aznar.
De los orangutanes que trataron de evitar que Aznar diese una conferencia en una Universidad no dice nada… pero le echa en cara a Josemari que los mandase a tomar viento, que, dicho sea de paso, es lo menos que puedes hacer cuando un subnormal te llama asesino.
El problema de Elenita es el de muchos españoles: que no les gusta la democracia… como a los cerdos de Orwell, a cuya clase, sin duda, pertenece.
Este cuento - lo admito – yo ya no lo viví.
Como tengo la misma edad que Elena Valenciano, viví las mismas visicitudes que ella y sé, como ella sabe, que los de mi quinta sufrimos la Universidad de los penenes.
Sé, como ella sabe, que los profesores faltaban a clase con una frecuencia aterradora, que siempre había manifestaciones “anti-algo” a las que acudir, que se daban aprobados generales… que estaba todo tan politizado que se olvidaban de dar formación.
Las facultades de letras se convirtieron en facultades de letrinas, porque en un país donde trabajaba todo el mundo, a la docencia se dedicaban los vocacionales (unos pocos), los que no servían para otra cosa, o los que aspiraban a divulgar el marxismo.
En mi época y en la de Elena Valenciano, las facultades y los seminarios se llenaron de tontos y tontas…
De mi quinta, una buena parte de los que no lograron superar el seminario y muchos de los que alcanzaron la licenciatura a trancas y barrancas, se dedicaron a la política.
En la política, sobre todo la “progre”, encontraron cobijo toda una caterva de incompetentes, sinvergüenzas y francotiradores que, de haberse querido ganar la vida con decencia, sólo hubiesen podido optar a un salario mínimo y, con el paso del tiempo, a uno mediocre.
La Universidad que compartimos Elena Valenciano y yo (que quieren que les diga), dejaba mucho que desear.
No quiero decir con esto que entre los de mi quinta no haya gente estupenda… sin duda las hay (y además muy preparados), pero encontrarlos entre la casta política es muy raro.
Porque en esta cleptocrácia, la zarrapastra se dio cuenta muy pronto que de “distribuidores de la riqueza” vivirían mejor que de generadores de la riqueza.
Y como con su pésima formación el esfuerzo a realizar para alcanzar una posición acorde con sus aspiraciones hubiese sido enorme, tiraron por el camino fácil.
Los demás les dejamos, es cierto.
Estábamos demasiado preocupados con sacar adelante nuestras vidas para darnos cuenta de que esta colección de sanguijuelas – como los cerdos de Orwell – se estaban haciendo con la granja.
Con el paso del tiempo hemos conseguido tener una Universidad capaz de tener un rector como Peces Barba, un ministro de Fomento que no habla correctamente el español, una ministra de igualdad que no sabe lo que es un ser humano… y lo que es peor, sin repuesto posible.
Elenita, por ejemplo, tiene un blog que es lo mas parecido que conozco a una taberna. En él junta palabritas con relativo éxito y transmite, a los masoquistas que se asoman a leerlo, profundos pensamientos acerca del rostro de Murguía o el corte de pelo de Aznar.
De los orangutanes que trataron de evitar que Aznar diese una conferencia en una Universidad no dice nada… pero le echa en cara a Josemari que los mandase a tomar viento, que, dicho sea de paso, es lo menos que puedes hacer cuando un subnormal te llama asesino.
El problema de Elenita es el de muchos españoles: que no les gusta la democracia… como a los cerdos de Orwell, a cuya clase, sin duda, pertenece.