Hay, en el oficio de escribidor, el reflejo de una doble necesidad… se escribe porque el cuerpo te lo pide, porque desgranar palabras ante un folio vacío, poniendo en negro sobre blanco el incontenible torrente de pensamientos que te desborda, es terapéutico, reconfortante, prácticamente inevitable… pero también se escribe para compartir, para opinar, para provocar en los demás la satisfacción que en ti mismo produce la lectura de textos ajenos.
Si te centras en la primera de tus necesidades acudes al diario, si te centras en la segunda al "best-seller"… pero ni lo uno ni lo otro son – salvo honrosas excepciones, y siempre en mi opinión – Literatura (con L mayúscula).
Al amparo de este oficio, donde el intrusismo profesional es absolutamente necesario dado que la carrera de escribidor no se estudia aunque te lleve toda una vida cursarla, subsisten muchos personajes que a estas necesidades suman una tercera: alimentarse.
Y como el hambre – dicho popular, verdad como un templo – es muy mala, los hay que caen en la tentación de poner su intelecto al servicio de sus tripas.
Guardan la honestidad intelectual en algún altillo polvoriento y, a tanto la línea, sirven a la causa – razonable por otra parte – de cambiar el coche por otro mas grande.
Y no es eso malo del todo… siempre que la venta de un libro no conlleve (en oferta especial de dos por uno) el regalo del alma.
La mentira, el sesgo en el análisis, la falacia… lo que mi amigo Aquilino denomina la "baba lubricante" rezuma por los lomos de sus libros, emborronando la tinta con la que deberían haberse cubierto las dos primeras necesidades.
La nueva religión, evolución biológica de ese monstruo contrahecho que creímos ver agonizante cuanto el muro de la vergüenza se hizo pedazos, surge con fuerza en esta casta de golfos que – tirando del erario – viven como millonarios una vida que literariamente – ni de lejos – les corresponde.
Y eso sucede porque en esta sociedad donde aprender inglés es mucho mas importante que aprender latín, donde a los niños se les enseña lo que es una garlopa en detrimento – claro está - de la ubicación de los afluentes del Tajo, y en la que la historia de España y el anillo de los Nibelungos se confunden porque se tratan con idéntico rigor, no solo es posible... es inevitable.
Nuestros hijos serán políglotas y manejarán ordenadores… de este modo tendremos una generación capaz de escribir estupideces en varios idiomas.
La educación en España, además de un problema serio, es el reflejo de una realidad construida sobre los adoquines parisinos… aquellos que en un nefasto mes de mayo sirvieron para lapidar a San Agustín.
Mi tolerancia a la lectura cada vez es menor… en cuanto leo una estupidez, cierro el libro.
¿Me estaré haciendo viejo?
Si te centras en la primera de tus necesidades acudes al diario, si te centras en la segunda al "best-seller"… pero ni lo uno ni lo otro son – salvo honrosas excepciones, y siempre en mi opinión – Literatura (con L mayúscula).
Al amparo de este oficio, donde el intrusismo profesional es absolutamente necesario dado que la carrera de escribidor no se estudia aunque te lleve toda una vida cursarla, subsisten muchos personajes que a estas necesidades suman una tercera: alimentarse.
Y como el hambre – dicho popular, verdad como un templo – es muy mala, los hay que caen en la tentación de poner su intelecto al servicio de sus tripas.
Guardan la honestidad intelectual en algún altillo polvoriento y, a tanto la línea, sirven a la causa – razonable por otra parte – de cambiar el coche por otro mas grande.
Y no es eso malo del todo… siempre que la venta de un libro no conlleve (en oferta especial de dos por uno) el regalo del alma.
La mentira, el sesgo en el análisis, la falacia… lo que mi amigo Aquilino denomina la "baba lubricante" rezuma por los lomos de sus libros, emborronando la tinta con la que deberían haberse cubierto las dos primeras necesidades.
La nueva religión, evolución biológica de ese monstruo contrahecho que creímos ver agonizante cuanto el muro de la vergüenza se hizo pedazos, surge con fuerza en esta casta de golfos que – tirando del erario – viven como millonarios una vida que literariamente – ni de lejos – les corresponde.
Y eso sucede porque en esta sociedad donde aprender inglés es mucho mas importante que aprender latín, donde a los niños se les enseña lo que es una garlopa en detrimento – claro está - de la ubicación de los afluentes del Tajo, y en la que la historia de España y el anillo de los Nibelungos se confunden porque se tratan con idéntico rigor, no solo es posible... es inevitable.
Nuestros hijos serán políglotas y manejarán ordenadores… de este modo tendremos una generación capaz de escribir estupideces en varios idiomas.
La educación en España, además de un problema serio, es el reflejo de una realidad construida sobre los adoquines parisinos… aquellos que en un nefasto mes de mayo sirvieron para lapidar a San Agustín.
Mi tolerancia a la lectura cada vez es menor… en cuanto leo una estupidez, cierro el libro.
¿Me estaré haciendo viejo?