El problema de ser víctima, es que necesariamente tiene que existir un verdugo.
Y no estoy hablando de aquellos que han sufrido atentados o han sido objeto de delitos, hablo de los que padecen - o mejor dicho - disfrutan de un acusado sentimiento de víctima sin serlo.
A estos se les denomina victimistas, y a la actitud que asumen, victimismo.
Varias cosas diferencian a la víctima del victimista.
La primera es que la víctima lo es por un breve espacio de tiempo, el victimista lo es toda su vida... y eso se debe a que la víctima siente un deseo enorme por abandonar esa situación, mientras que el victimista, se encuentra muy a gusto sumido en ella.
La segunda es que mientras en la víctima el verdugo es un ente real, en el victimismo, el ente es imaginario.
La realidad marca la diferencia entre la víctima y el victimista.
El victimista disfruta del confort que produce sentir que la culpa de todos sus males se encuentra en algo o alguien externo... nada es mas placentero que poder echar la culpa de nuestras debilidades a cualquier cosa ajena a nosotros.
Es una suerte de fatalismo que justifica cualquier estupidez que hagamos.
Para mantenerse dentro de la zona de confort del victimismo, el individuo aquejado de este mal entra en una paranoia justificativa. Cualquier evento que suceda a su alrededor es contemplado bajo el prisma de la ofensa, de la vejación, del insulto... aunque sea evidente, inmensamente evidente, que la realidad no le da la razón.
España sufre, con el colectivo nazionalista, una auténtica epidemia de victimismo.
Y no es de ahora, yo - que me he criado en Barcelona - lo he vivido desde que era muy pequeño.
Cuando el victimista cruza el Rubicón de la realidad se sumerge en una frustración global.
La primera frustración a la que se enfrenta es que el discurso de victima que antaño despertaba simpatías en su entorno, empieza a ser contemplado como lo que es, una paranoia injustificada.
La frustración conduce primero a la mala educación y después a la violencia, porque como la tozuda realidad no cambia a gusto del demente, el enemigo va diversificándose... así, ese vecino con el que se mantenía una relación cordial, empieza a ser un enemigo; el hermano o sobrino que no te da la razón, enemigo; el juez que no aplica la ley como a ti te gusta, enemigo...
O estás conmigo, o estas contra mi.
En España, además, se da la circunstancia de que en las zonas de epidemia hay un colectivo de incendiarios subvencionados - precisamente - por quienes deberían impedir la proliferación de orates.
En manos de la izquierda, las televisiones nazionalistas alimentan sistemáticamente la fractura social sin que desde el "gobierno central" (enemigo imaginario por excelencia) se haga nada al respecto.
Y supongo que convendrá usted conmigo en que el mantenimiento prolongado de esta situación, no puede conducir a nada bueno.
Y la primera medida (que empieza a ser urgente) es dejar de subvencionar al enemigo y a sus medios de comunicación.
Pagar a alguien para que te haga daño no tiene sentido... y no es ni democrático ni racional por mucho que la izquierda troglodita lo asocie a la Libertad de Expresión.
Si dejamos de echar gasolina a los paranoicos las aguas se irán amansando.
Quizá consigamos - con el paso del tiempo - que cuando el Rey de España visite Gerona, la masa nazionalista ya zombificada no se cabree tanto por considerarlo "una ofensa". (sic)
Como beneficio adicional, a los Pujol, Mas, Torra, Puigdeont, Rufianes y Cuperos se les acabará el lucrativo negocio.
El muy lucrativo negocio de ordeñar paranoicos y extorsionar a idiotas.