martes, 19 de febrero de 2019

Es una simple cuestión de confianza

No sé donde leí que un pesimista es un optimista con experiencia.
A lo largo de estos últimos cuarenta años, el pueblo español ha ido poco a poco perdiendo la inocencia que permitió - en los noventa - que nuestros políticos impulsasen con entusiasmo la cultura del pelotazo, que Andalucía y Cataluña se convirtiesen en el pozo de corrupción que son hoy, que muchos de nuestros "padres de la patria" se enriqueciesen para tres generaciones... que la política, en definitiva, se convirtiese en el caldo de cultivo ideal para el crecimiento de los aventureros.
Como prueba de la eficacia de las teorías del evolucionismo, en la cúspide de la pirámide política española, encontramos a elementos como el marido de Begoña que, desde que se hizo con el poder retorciéndole el brazo a la Democracia, ha puesto a su servicio personal la totalidad de los recursos del Estado. 
Al guapito de cara,  no se le ve el menor atisbo de vergüenza, honradez, ética o deseo de servir a España... y como la crónica de una muerte anunciada ya se ha escrito, en las próximas semanas vamos a contemplar atónitos el saqueo sistemático de las arcas del estado, la colocación masiva de títeres y familiares en puestos de la Administración, el uso abusivo de los medios de comunicación, la emisión de normas torticeras y ese largo etcétera de cosas que, un hombre decente con un gobierno decente - habiendo convocado elecciones - se abstendría de hacer.
Pero nuestros políticos no son así.
No me malinterpreten, no estoy generalizando... los hay - seguro - que son dechados de bonhomía, que sienten la política como servicio, con vocación de entrega... pero se ven poquito, porque - como dice el refrán - uno obtiene lo que paga.
Y España, al contrario que Roma, lleva muchos años pagando a traidores.
Rehén de sus miserias, nuestra clase política vive inmersa el chantaje permanente... y como la ausencia de moral es el denominador común de nuestra sociedad, y nuestros políticos salen de esa misma sociedad, "la casta" no puede huir de sus acciones. 
Mienten, espían, se tapan las vergüenzas ocultando corrupciones más o menos compartidas, y, de vez en cuando, se amenazan unos a otros con "tirar de la manta" (3% arriba, 3% abajo)...
Si la mujer del Cesar no solo fuese buena sino que -además - lo pareciese, no habría ni garzones ni villarejos enredándolo todo... y las cloacas servirían para evacuar los detritus, no para reciclarlos.
Porque, coincidirán conmigo, sólo se descubre el delito cuando el delito existe.
Así que nuestros políticos, lo que tienen que entender de una vez es que los españoles hace ya tiempo que ponemos en solfa discursos y promesas... quizá porque la experiencia nos dicta que el cumplimiento de las promesas electorales tiene (da igual el color) un nivel de prioridad muy bajo en la acción política y, lo que de verdad anhelamos los españoles, es ponernos en manos de gente honesta y - si puede ser - inteligente.
Y no podemos alejarnos de la realidad... en España un partido político puede hacer lo que le dejan.
Para "cambiar las cosas" hay que tener mayorías suficientes, porque al final todo se reduce a la aritmética de las lucecitas verdes y las lucecitas rojas.
Y aquí tenemos otro problema... porque como las hormigas, nuestros diputados se someten a la conciencia colectiva. No hay luces discrepantes. El que se mueve, no sale en la foto. 
Bajo la "disciplina de voto" se esconde la realidad de que sobran el 90% de los diputados. Bastaría  con uno por formación y la aplicación de un coeficiente... y para ese viaje no hacen falta alforjas.
Además, para esconder la incapacidad de gestión, mas acusada en los gobiernos de izquierdas que en los de derechas, se recurre continuamente al "panem et circenses" que - en tiempos de crisis - se queda sólo en "circenses". 
No se puede consensuar el movimiento de los astros (o la existencia de Dios), ni alterar la historia a mano alzada, ni deshacer España sin contar con los españoles... pero como no saben hacer su trabajo, como no tienen clara su misión, se dedican a cambiarle las tulipas a los semáforos y los nombres a las calles (y lo llaman "política", o peor aún "justicia"). Circo en estado puro, pero con exceso de malabaristas.
No es que no sepan pactar, es que no tienen claro lo que se puede pactar y lo que no.
Así que - al final - no es un problema de que mande uno u otro, no es un tema de impuestos, no es un tema de cultura, no es un tema de orden público... es un tema de confianza.
¿De quién se fía usted?, ¿A quién va dar la patente de corso?, ¿Tenemos claro - al menos - lo que no queremos?...
No cabe mas voto que el de conciencia.
De la suya, porque de la de los demás no podemos fiarnos.