Ante la vida sólo hay dos posturas: estar a favor o estar en contra.
Cualquier otra postura es una incoherencia.
No se puede, sin caer en seria contradicción, respetar la vida de un ser humano y de otro no.
De ahí viene la sistemática creación de eufemismos que permiten amparar estas incoherencias.
En la Alemania de finales de los treinta se acuñó el término “Lebensunwertes Leben”, que traducido literalmente viene a ser algo así como “vida indigna de la vida”.
Con este término se empezó a designar a los enfermos mentales y a los discapacitados físicos, pero tardaron muy poco en meter en este saco a disidentes políticos, pedófilos, homosexuales, matrimonios interraciales y delincuentes en general.
Además crearon un segundo grupo de elementos “susceptibles de generar conflicto social”, y en este conjunto incluyeron al clero, los comunistas, los judíos, los gitanos y los testigos de Jehová, entre otros grupos sociales.
Se lanzó el programa Action-T4 para eliminar a personas señaladas como “enfermos incurables”, “niños con taras hereditarias” o “adultos improductivos”.
Se estima que fueron asesinadas entre 200.000 y 275.000 personas, aunque fuentes más moderadas la sitúan en “sólo” 70.273 víctimas.
Por supuesto, al igual que ahora, estas atrocidades parten de la base de no considerar a la victima un semejante del ejecutor. De alguna manera el ejecutor es “superior” o “diferente” al ejecutado.
Los países supuestamente civilizados, bajo regímenes supuestamente democráticos, abanderamos la cruzada de la muerte en un ejercicio de hipocresía que algún día, cuando la humanidad recobre la cordura, las generaciones venideras nos echarán en cara.
Nace en nuestras sociedades el “derecho” a matar a un ser humano inocente, mientras se elimina el “derecho” a matar al culpable de un crimen.
Se elabora jurisprudencia a favor de los “derechos” de los animales mientras se niega este derecho a las personas (personas pequeñitas, pero personas).
Todo esto, desde luego, disfrazado de humanitarismo “pata negra”.
A veces la escusa es “paliar el sufrimiento” de la victima, otras “evitar daños psíquicos” en el verdugo, a veces se recurre al término “terapéutico” para definir el crimen… todo para no reconocer que se está privando a un ser humano de su vida.
No se recurre a la mejora de la raza porque está mal visto, pero acabar con un feto a quien se le detecta síndrome de down, o que viene con algún tipo de malformación – coincidirán conmigo – se parece mucho a lo que podríamos denominar (para que no suene a nazismo) darwinismo activo.
En los últimos días he escuchado argumentos aterradores acerca del gasto económico que supone mantener a esas personas a quien no se puede calificar de “subnormales” o “discapacitados” porque las palabras “subnormal” y “discapacitado” son políticamente incorrectas.
La ministra francesa de los “Derechos de las Mujeres”, una tal Najat Belkacem-Vallaud, una rifeña muy mona, que todo hay que decirlo, ha llegado declarar que el número de abortos en Francia aún es “muy bajo”. Según parece, que el 35% de las mujeres francesas ya hayan abortado alguna vez y que, sólo el año pasado, 220.000 niños fueran abortados en la República de la Libertad, es una situación que hay que corregir… Al fin y al cabo 810.000 embarazos llegaron a buen término (lo cual, parece ser, es inaceptable).
En Bélgica se está despenalizando la eutanasia infantil, y la novedad es que se puede matar al niño antes de los 12 años, cosa que no sucede en Holanda donde se defiende que - al menos – hay que dejar cumplir al niño 12 años antes de matarlo.
El genocidio de Srebrenica acabó con 8000 personas.
Si somos medianamente coherentes, no nos queda mas remedio que reconocer que sólo en Francia han cometido 27’5 “Srebrenicas” el año pasado.
¿Sabe cuantos abortos se han practicado en España en el 2012?, yo se lo digo: apenas 118.359… al cambio, 14’7 “Srebrenicas” de nada.
Y todo en nombre del progreso y la modernidad…
Seguiría escribiendo, pero si me disculpan, tengo que levantarme a vomitar.