Confieso que muy demócrata no soy.
Pero antes de que se rasgue usted las vestiduras con mi
afirmación (no están los tiempos para comprar ropa nueva) matizaré que lo que
me hace reaccionario de vocación es “esta” democracia, en manos de “estos”
políticos y de “este” pueblo.
Quizá podría definirme como demócrata utópico.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que para regir
los destinos de la Patria se exigiese a los nominables una preparación superior
a la ESO.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que los
políticos corruptos, al verse pillados, dimitiesen de sus cargos pidiendo
perdón (y devolviendo el dinero defraudado).
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que – al menos
– existiesen unas “líneas rojas” en lo referente a temas que desde mi punto de
vista no pueden ser “discutidos y discutibles”. Y que, mandase el que mandase,
ya fuera delantero centro, defensa o lateral izquierdo, no fuese posible cruzar
sin consecuencias penales.
Me gustaría pertenecer a una democracia en la que la
libertad de expresión y la quema de contenedores de basura fuesen cosas
distintas. Y que en una Universidad, fuese quien fuese a dar una conferencia,
pudiese darla sin tener que sufrir al habitual coro de mugientes.
Me gustaría pertenecer a una democracia aristocrática (del
griego “aristós” vulgo excelente), en la que nuestros preparadísimos
responsables, además de poseer conocimientos amplios en varias materias, fuesen
conscientes de su obligación de servir al pueblo que lo vota… si además fuesen
personas decentes ya ni le cuento.
Y me gustaría – sobre todo – pertenecer a una democracia en
la que el pueblo votase usando la cabeza, no las gónadas. En la que ese
apéndice que sobresale del cuello se usase para pensar, no para embestir.
Desearía vivir una democracia en la que fuese posible
discrepar sin insulto y en el que el respeto se expresase sobre las personas,
no sobre las ideas. Dado que, dicho sea de paso, idea y consigna no son
términos que tengan, para mucha gente, diferente significado.
Quiero una democracia de la que sentirme orgulloso, no
“esto” que tenemos.
Pero lo que tenemos aquí es – sencillamente - “esto”.
Tenemos un sistema en el que, desde el momento en que se
procede al recuento de votos y reparto de escaños, el español electo se siente
libre de cumplir o no, el programa electoral que le ha puesto en el cargo,
consciente de haber adquirido una patente de corso para los próximos cuatro
años.
Tenemos un sistema en el que nuestros representantes no
representan nuestras ideas, tan sólo recaudan nuestros votos.
Tenemos un PP con 13 eurodiputados que cuando llega el
momento de votar el informe Lunacek en Bruselas sólo 3 votan en contra, ya que
el cuarto voto en contra (Cristina Gutiérrez-Cortines) fue
“porque se equivocó al votar”… vamos, que le dio al botón que no era.
Mariano “manostijeras” no ha cumplido aún un solo punto de
su programa electoral… y sigue empeñado en no cumplirlo.
Y así nos va.
Y por eso me declaro reaccionario.
Porque aquí hay mucho, pero mucho, contra lo que reaccionar.
¿Y que hacemos? – dirá el paciente lector.
Yo no se ustedes, pero el “voto útil”, para mi, ha pasado a
la historia.
A partir de ahora votaré “en conciencia” y “a conciencia”… y
votare a algún partido nuevo cuyo programa me guste, porque aunque – a decir de
algunos – eso sea tirar mi voto “a la basura”, al menos lo tiraré yo.
Mateo 7, 15-16.