Soy catalán.
Nací y me crié en Barcelona, ciudad que abandoné con veinte años para irme a estudiar a Zaragoza.
Actualmente resido en Madrid con la madre de mis hijos que es natural de Sevilla.
Mis padres viven en Barcelona y tengo dos hermanas casadas con catalanes y afincadas – a su vez – en Barcelona.
Veranéo con mi familia en Cataluña, pues aprovecho mis cortas vacaciones para ver a mis padres y que éstos disfruten de los nietos que tienen lejos.
Por razones laborales he pasado la mayor parte de mi vida fuera de Cataluña, pero no soy ajeno a los problemas de esa zona de España... tengo en ella muy buenos amigos y no he perdido el contacto con ellos.
Digo esto porque haberse criado en lo que fué “la vanguardia” de “la modernidad” en España cuando el franquismo daba a su fin y nacía esta cosa que disfrutamos ahora, tiene sus ventajas.
La primera es que me curé de la gripe nacionalista a muy temprana edad.
Cuando en España se presentaba a CiU como un partido moderado y razonable, yo ya sabía de que pié cojeaban y a donde les llevaría su victimismo.
De los chicos de esquerra republicana, para que hablar... nunca fueron otra cosa que esos tios raros cuyo separatismo nublaba sus mas elementales dotes de raciocinio. Hablar de Cataluña con cualquiera de ellos te transportaba en volandas al surrealismo pasando previamente por el esperpento.
La segunda es que cuando en el resto de España se vivía en una sociedad mas o menos “clasica”, en Barcelona disfrutábamos del mayor rebaño de “progres” de la curtida piel de toro.
Las estupideces del mayo francés empecé a escucharlas cuando aún no tenía la mayoría de edad, y tarde relativamente poco en darme cuenta a donde dirigía ese viaje a ninguna parte.
También tuve contacto con ese clero cerril que vació las iglesias y los seminarios catalanes... que yo siga definiéndome católico a estas alturas es obra de Dios y de mis padres, en ello, los sacerdotes barceloneses de mi infancia, han tenido poco que ver.
Floté en la sopa del materialismo mas soez, en aquellos años de prosperidad creciente manifestada (aunque ahora sea dificil de creer) en el hecho de que cuando acababas la carrera, lo normal era que encontrases trabajo... incluso que pudieses “elegir” trabajo.
De modo que, llegados a este punto, puedo afirmar que me convertí en un escéptico precoz, en un desilusionado temprano y en un cascarrabias político gracias a los loables esfuerzos de mis conciudadanos.
Del cáncer de la estupidez nacionalista no se ha librado mi familia. En cuanto salimos del primer y segundo grado familiar, encontramos intoxicados montaraces que – ya ven ustedes – se han creido todas las patrañas que les han ido contando... supongo que por cobardía, comodidad o conveniencia.
Ahora, cuando los periódicos de tirada nacional se hacen eco de la demencia de los catalanistas, yo no me sorprendo. Han sido siempre así, pero hasta ahora no andaban a calzón quitado.
La herencia que nos han dejado los sociatas con el inexistente problema territorial es de órdago a la grande. Una minoría (recuerdese que en Cataluña la mitad de la gente no va a votar) se ha estado saliendo sistemáticamente con la suya mediante un prolongado chantaje político... ejercido con mas o menos decóro con unos y sin piedad con el tonto mas grande que ha gobernado nunca en España.
Ahora quieren – con la que está cayendo – costear la traducción al catalán de los contenciosos en los que se vean involucrados ciudadanos catalanes, fuera de Cataluña... a cargo del erario público, obviando eso que dice la Nicolasa de que “El castellano es la lengua española oficial del estado” y que “Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”.
A mi, que utilicen el catalán para abofetear a los que no lo hablan, ni me extraña ni me indigna, porque el que hace eso sólo se está definiendo a si mismo... lo que me alucina es que pretendan que encima les financiemos la bofetada.
O terminamos con las autonomías, o terminarán ellas con nosotros.