La sangre es extraña.
Corre por nuestras venas arrastrando siglos de esencia familiar.
Su carga genética, poderosa e inevitable, permite que afloren en nuestros hijos los rasgos de sus abuelos. Y así, sin entender cómo, vemos aparecer en ellos esos defectos y esas virtudes que sabemos muy nuestras, esas marcas de carácter que adornaron a nuestros padres, esas finas líneas que dibujan el ser que acompaña a tu apellido.
A veces, esa sangre late en nuestras venas con una fuerza tal que parece que va a reventarnos el corazón.
A veces, se llena el pecho de orgullo y la garganta siente que algo sube por ella… se humedecen los ojos y se erizan los cabellos, porque llama la sangre y el cuerpo acude – desconcertado - en un tropel de sentimientos. Es un momento inmenso y – aunque dura unos segundos – te acompaña el resto de tu vida.
Hoy mi hijo Rafael ha entrado a formar parte de la setenta y una promoción de Oficiales del Ejército Español.
Vestirá el uniforme que con tanto amor y dignidad lució mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y un gran número de miembros de mi familia que, a lo largo de la historia, entregaron sus vidas a esta noble profesión.
Cuando sus labios besen el sagrado estandarte, en ese juramento de honor y sangre que hacen los hombres de bien a la Patria que los vio nacer, se cerrará una vez más el círculo que ha acompañado a mi familia durante siglos… y esta vieja estirpe habrá dado un nuevo soldado a España.
Como aquellos que le precedieron, mi hijo aprenderá a rezar abrazado a los gavilanes de su espada, y a contener las lágrimas, y a soportar el frío… porque eso – y amar a España con su existencia entera - es lo que hacen los soldados.
La sangre es extraña... y hoy late en mis venas con una calidez desconocida.
Corre por nuestras venas arrastrando siglos de esencia familiar.
Su carga genética, poderosa e inevitable, permite que afloren en nuestros hijos los rasgos de sus abuelos. Y así, sin entender cómo, vemos aparecer en ellos esos defectos y esas virtudes que sabemos muy nuestras, esas marcas de carácter que adornaron a nuestros padres, esas finas líneas que dibujan el ser que acompaña a tu apellido.
A veces, esa sangre late en nuestras venas con una fuerza tal que parece que va a reventarnos el corazón.
A veces, se llena el pecho de orgullo y la garganta siente que algo sube por ella… se humedecen los ojos y se erizan los cabellos, porque llama la sangre y el cuerpo acude – desconcertado - en un tropel de sentimientos. Es un momento inmenso y – aunque dura unos segundos – te acompaña el resto de tu vida.
Hoy mi hijo Rafael ha entrado a formar parte de la setenta y una promoción de Oficiales del Ejército Español.
Vestirá el uniforme que con tanto amor y dignidad lució mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo y un gran número de miembros de mi familia que, a lo largo de la historia, entregaron sus vidas a esta noble profesión.
Cuando sus labios besen el sagrado estandarte, en ese juramento de honor y sangre que hacen los hombres de bien a la Patria que los vio nacer, se cerrará una vez más el círculo que ha acompañado a mi familia durante siglos… y esta vieja estirpe habrá dado un nuevo soldado a España.
Como aquellos que le precedieron, mi hijo aprenderá a rezar abrazado a los gavilanes de su espada, y a contener las lágrimas, y a soportar el frío… porque eso – y amar a España con su existencia entera - es lo que hacen los soldados.
La sangre es extraña... y hoy late en mis venas con una calidez desconocida.